En La Habana, en toda Cuba, la venta callejera es una imagen cotidiana difícil de no encontrarse en cualquier esquina, dando viveza a la ciudad que, de otra forma, quedaría como desnuda para los residentes.
Lo más usual son los carretilleros. Como su nombre indica su puesto es una carretilla de gran tamaño que asientan en un punto determinado, normalmente el mismo todos los días, y desde el que ofrecen a los viandantes frutas, tubérculos y verduras, siempre de temporada porque aquí no hay invernaderos ni mucha importación. Es decir, hay una época para la papaya -fruta bomba aquí-, el mango, la piña, los plátanos -los 8 tipos de plátanos que existen-, el tomate, la patata o el pimiento, fuera de esas semanas o meses no los veremos en las carretillas. Si uno es un yuma -extranjero- puede tener la seguridad de que el peso adquirido estará por debajo del peso pagado, por eso es habitual ver a los compradores con una báscula en la mano comprobando si las libras son exactas o una invención del simpático carretillero.
Otro vendedor callejero, en este caso ambulante, son los que ofertan todo tipo de comida, dulce o salada, a cualquier hora del día, 3 de la mañana, 12 del mediodía, da igual, sus gritos ofreciendo la mercancía están presentes en todo momento. Mención aparte los que acuden a las playas que pueden recorrerse 15 y 20 kms. por jornada, a pleno sol, cargados de chips, helados o cervezas que, increíblemente, consiguen que estén frescos. Pero no solo es comida. Cubos de basura, escobas, friegasuelos, paraguas, todo se ofrece por la calle, con lo que la algarabía de sus voces forma parte de la ciudad. Me hacen recordar al afilador de mi juventud palmesana.
Para el final dejo el tercer sector de la venta callejera, el que me llega al corazón cada vez que me lo encuentro. Son los vendedores de café. Estos lo hacen desde las ventanas o puerta de sus casas. Generalmente son personas muy mayores, que con una jubilación de 1.700 pesos al mes -cinco € al cambio- necesitan reforzar su economía para subsistir. Preparan café por las mañanas y, con un termo, en el alfeizar del ventanal, lo ofrecen a los viandantes que se trasladan por la ciudad. El consumo de café aquí en Cuba es enorme, no tanto por mantenerse despiertos, sino como una forma de despistar el hambre a bajo coste. Así, los cafecitos en taza de porcelana si se toman allí mismo o en vaso de plástico si se lo lleva uno, salen a 20 pesos la unidad – 6 céntimos de €-, una forma barata de acallar el estómago y una modesta forma de conseguir más ingresos para el jubilado desde casa. Por supuesto, ni hacienda, ni la policía local, ni el departamento de salud tienen nada que decir, a no ser que el café sea malo.
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