Un informe reciente de la Organización Mundial de la Salud afirma que la violencia juvenil es un problema mundial de salud pública. Incluye actos que van desde las peleas al homicidio pasando por agresiones sexuales y físicas de diferente gravedad. Sin embargo, a pesar de la contundente afirmación de la OMS, la violencia juvenil no es nueva ni generalizada. Todas las sociedades de todos los tiempos se han ocupado y preocupado por el comportamiento cruel y violento de algunos jóvenes. Y probablemente todas han tenido la sensación de que era mayor que en épocas anteriores. Tampoco debemos olvidar que las cifras de España revelan una baja incidencia de este fenómeno si se comparan con el resto de países en el mundo.
Cada vez que un menor comete un acto criminal se cuestiona en caliente el Código Penal y la Ley del Menor. Tras la pandemia, como ya ocurrió con la crisis económica, la opinión pública, influida por los medios de comunicación y por las redes sociales, argumenta un repunte de esta violencia. Se genera con ello una marcada alarma social que refuerza la idea de una juventud violenta, centrada en el consumo de drogas, poco preocupada por su futuro y que no quiere asumir responsabilidades. Se afianza la creencia de que la violencia entre jóvenes aumenta y que es consecuencia de la soledad generada por el confinamiento, la falta de oportunidades, la desestructuración familiar, el acceso a las drogas o la dependencia de las tecnologías.
¿Es acertada esta percepción? Estudios rigurosos sobre delincuencia juvenil en España dejan claro que estos actos son residuales y que siempre ha existido una minoría de jóvenes violentos, intransigentes, algunos de ellos radicales, pero también una mayoría de jóvenes comprometidos, solidarios y tolerantes. Si analizamos los datos de organismos oficiales como el Ministerio de Justicia, Instituto Nacional de Estadística o Fiscalía de Menores, no existe tal aumento de violencia. El número de condenas a menores del año 2022 se sitúa en los mismos niveles que en 2018 y 2019 y en niveles más bajos que en los años 2013 y 2014, a excepción de las agresiones sexuales, que sí han aumentado estos últimos cinco años.
¿Por qué se produce esta percepción distorsionada? Probablemente se debe a una mayor repercusión mediática y quizás a una mayor brutalidad. Siempre han existido las peleas, las riñas, las amenazas, las agresiones. Sin embargo, hoy se graban, se difunden, se viralizan. Esta exposición a los discursos de odio en las redes sociales juntamente con una baja tolerancia a la frustración y a un probable entretenimiento y diversión como necesidad de afirmar y demostrar su fuerza en un periodo como la adolescencia puede llegar a confundir y llevarnos a pensar que la violencia juvenil está más extendida que en la realidad. La inmediatez de la actualidad no debería ocultarnos la objetividad de los hechos.
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