Texto: José E. Iglesias. Periodista y director de Mallorca Global.
Si algo nos está enseñando la implacable expansión del Sars-CoV-2 es a darnos cuenta de nuestra vulnerabilidad, como personas y como grupo humano supuestamente líder de todas las especies. De nuestra impotencia social para superarlo en un tiempo razonable de mínima mortalidad. A lamentar la falta de compromiso de los ciudadanos, que nos empeñamos en impedir que la curva de contagios decaiga. Y a deplorar la incompetencia de políticos y politiquillos que fuerzan enfrentamientos sin fundamento en la gran carrera de la mediocridad de estos tiempos, mientras siguen subiendo, para la historia, las curvas de mortandad y morbilidad.
La realidad es que vivimos la primera pandemia con conciencia global. Su universalidad agrava el problema porque no da opción a la escapada. Atrapados en el planeta virus, simplemente no es posible. Esta es una de las sensaciones tal vez más perturbadoras de lo que estamos viviendo, provocada por la posibilidad de la muerte ‘aleatoria’: nadie sabe a ciencia cierta por qué mueren unos y otros no. Ni siquiera por qué se contagian unos y otros no.
Para tratar de formarnos un criterio sobre la razón de las grietas en el escudo protector de ‘uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo’, en un momento tan crucial, y qué se debe hacer para evitar en un futuro ‘tsunamis’ tan pavorosos, paralizantes y frustrantes como los de la COVID-19, hemos pulsado la opinión, por una parte, de reconocidos científicos en virología y gestión de salud pública. Por otra, hemos buscado sus posibles repercusiones, en este presente continuo y en el futuro, hablando con expertos en psicología, arquitectura, sociología, geografía humana y economía. Un examen en un momento determinado de finales de noviembre que nos ofrece un dibujo poliédrico de otras consecuencias sociales además de las sanitarias.
En la primera parte de este reportaje, los expertos apuntan a que algunas de las grietas de nuestro sistema público de salud se deben a la falta de presupuesto durante la época de las políticas equivocadas de ahorro-enfriamiento que se tomaron en España y Europa -al contrario que en EEUU- a partir de la crisis de 2008, hurtando con ellas los fondos necesarios para sanidad e investigación, entre otras áreas fundamentales del sistema público. Afortunadamente en esta ocasión se corrige aquel grave error y, ahora sí, Europa deposita toda su confianza en un fondo gigantesco de recuperación (750.000 millones de los que a España llegarán 140.000) que debería empezar a repartirse cuanto antes, a pesar de la lenta y alambicada administración europea y de la parálisis provocada por países con grandes lagunas democráticas por el hecho de exigirles el reconocimiento de que la democracia además de serlo ha de parecerlo. Si esta situación se alargara, los estados deberían suplir temporalmente (en la primera mitad del plan, 2021-2023) las ayudas europeas con fondos propios a cargo de aquellas, a riesgo de que las previsiones más agoreras se cumplan arramblando con vidas y haciendas.
Al cierre de esta edición, las esperanzas están puestas en una eficaz y eficiente vacunación -torpedeada también por otro grupo de agoreros sin mucho futuro- y en la recuperación del pulso económico mediante la discriminación, vía confinamientos, de las áreas donde se incumplen las exigencias de protección, y la llegada de los citados fondos europeos. Que la primera persona en vacunarse haya sido una mujer del Reino Unido puede predecir un inicio suave de la reactivación inminente de los principales mercados emisores de nuestras islas, como son Reino Unido y Alemania, entre otros.
Es indiscutible que se empieza a sentir la luz al final del túnel. A ver si con todo esto, 2021 nos ofrece un panorama menos crispado, menos guerracivilista, más alentador y con buenas nuevas palpables y cercanas. Felices fiestas.
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