Bastantes escritores de la generaciones del 98 y del 27 pasaron por Mallorca y nos dejaron sus impresiones que se resumen en ver la isla como un paraíso, muy distinta a la visión regeneracionista que tuvieron de Castilla. Es decir, en Mallorca se quedaron embelesados por el paisaje y paisanaje y no destilaron crítica política alguna, ni les dolía Mallorca ni nada, entre otras razones porque algunos de estos escritores, como Azorín, eran mauristas. El aglutinador de ambas generaciones fue, en su faceta carpetovetónica, un epígono del 98, me refiero a Camilo José Cela y su magnífica revista literaria “Papeles de Son Armadans” fundada en 1956 que puso a Mallorca en el mapa literario hispánico, más las conversaciones de Formentor en las que participaron algunos de los escritores europeos más relevantes. Lógicamente la idea que se formaron de Mallorca los escritores del 98 fue muy sui géneris. Ramiro de Maeztu hizo la mili en Inca en pleno 98, cuando se rumoreaba en sa Roqueta que una escuadra de barcos estadounidenses mandada por el comodoro Watson se dirigía a la misma para cañonearla. Para Maeztu los mallorquines no estaban hechos para la guerra y sí para la cultura, se hizo amigo de Joan Alcover y Miquel dels Sants Oliver. Se lo pasó muy bien en la isla y recorrió todos los pueblos, se llevó la idea de que Mallorca era el paraíso «con sus montes azules y su mar clásico». Unamuno estuvo en los Juegos Florales celebrados en Palma en 1916, visitó el palacio del Rey Sancho en Valldemossa, se alojó en Sa Pobla, destacó la suma cortesía de los mallorquines, que las puertas de sus casas estaban siempre abiertas y que la máxima aspiración de cualquier isleño era ser guardia civil porque no trabajaban nada, no había delincuencia. Dijo también que mejor les iría a los literatos baleares si utilizaran el mallorquín y no el catalán. Por su parte, Valle Inclán estuvo un día en Mallorca (1933), llegó en la motonave “Ciudad de Cádiz”, fletada por la Universidad Central, llena de estudiantes republicanos, como el gran poeta Rosselló-Pòrcel. Valle raudo se fue a ver las cuevas del Drach y cuando un reportero le preguntó qué le habían parecido dijo «pozz qué quiere que le diga zon unaz cuevazz» (El autor de “Tirano Banderas” pese a ser gallego, hablaba con la “z”). Azorín pasó unos días en Mallorca (1906), en Valldemossa y en el Gran Hotel de Palma, se fue encantado de la belleza de la sierra de Tramuntana y de las tierras del archiduque Luis Salvador. Ni Baroja ni Machado pisaron Mallorca, aunque sí lo hizo el amor platónico de don Antonio, Guiomar; eso sí, Machado fue lector de las obras de Juan Alcover. Juan Ramón Jiménez y Zenobia, azuzados por Cela, estuvieron a punto de instalarse en Mallorca, pero el cáncer que tenía Zenobia se agravó y el proyecto se vino abajo, hubiera sido impresionante que Juan Ramón hubiera pensado en directo sobre nuestro paisaje. Como vemos hay dos Mallorcas, una idealizada y otra real, una Mallorca que existe y otra, la mejor sin duda, la imaginada.

Jesús GarcíaMarin

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