Durante una estancia en un hospital, en un momento muy malo de mi vida, tuve un sueño que por alguna razón no he olvidado. De pronto me encontraba frente a una especie de caserón de color vainilla. No sé cómo -en los sueños no hay transiciones-, empezaba a bajar por una gran escalera que se enroscaba en espiral. Al final de la escalera había una puerta. Tras la puerta se adivinaba un lugar que sólo podía verse desde fuera, pero que tenía una barra muy larga y un estante lleno de botellas. El sueño terminaba de forma abrupta, como terminan los sueños, pero la sensación de placidez que trasmitía aquel lugar apenas entrevisto era imposible de olvidar. Para alguien que estaba hospitalizado y que no sabía muy bien qué iba a ser de su vida, aquel sueño trasmitía la idea de que las cosas podrían ir bien. Mejor dicho: irían bien. Pasase lo que pasase, uno iba a bajar por esos escalones silenciosos hasta llegar a aquel lugar invadido por una benévola luz de color vainilla. Por mucho que uno estuviera cerca de la muerte, al final siempre ganaba la vida.

Los antiguos creían que los sueños nos advertían del peligro o nos guiaban a través de lo desconocido o nos proporcionaban consuelo en momentos de angustia y dolor. Freud nos hizo cambiar de opinión cuando nos explicó que los sueños no eran más que la vil materia de los deseos no satisfechos. Pero yo sé que aquel sueño del hospital era uno de esos sueños que traían consuelo. Y lo sé porque aquel sueño estaba formado con fragmentos de una experiencia muy profunda que mi mente asociaba con un lugar de Palma donde la vida siempre parecía discurrir de una forma sosegada y segura.

Ese bar era un local de la plaza Gomila que todo el mundo conocía en Palma: el bar Joe’s. Cuando uno entraba en el Joe´s, lo primero que oía era el sonido de la coctelera de don Pep -el gran José de los Ríos, don Pep des Joe´s- mientras preparaba un dry martini muy seco o un bullshot bien cargado de angostura, tal como le gustaba a Errol Flynn. Don Pep entró a trabajar muy joven en el Joe´s y sólo se retiró cuando cerró el local a finales de los 80. Don Pep siempre fue silencioso, discreto, inconmovible. Oyó riñas de enamorados, asistió a traiciones y a estafas y presenció hermosas historias de amor que duraron dos días (o toda una vida), pero nunca dejó de sonreír con la media sonrisa de quien sólo procura que la medida del vermut sea la adecuada para mantener el mundo rodando en su sitio. Don Pep murió en el año 2010. Y con él se fue una forma de vivir que probablemente ya no vuelva a ser posible.

Ahora leo que se ha abierto de nuevo el Joe´s -convertido en una especie de bistro- y que hay un ambicioso proyecto de resucitar aquella Gomila de finales de los 60. No sé, no sé. Podemos recuperar los lugares, podemos recuperar la arquitectura, podemos resucitar una ciudad, pero ¿quién puede recuperar la media sonrisa de don Pep mientras movía la coctelera? ¿Y quién puede traer de vuelta esos lugares que parecen invadidos por una cálida luz vainilla porque uno, allí dentro, siempre creía estar a salvo de todo lo malo que iba a traer la vida?

Eduardo Jordá

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