Texto: Andreu Palou. Catedrático y director del Laboratorio de Biología Molecular, Nutrición y Biotecnología (LBNB) de la Universidad de las Islas Baleares y del grupo de investigación sobre Nutrigenómica del CIBEROBN.

Andreu Palou.

Las grandes crisis conllevan cambios sociales profundos y nuevas oportunidades, que alimentan ilusión y esperanza, como la que precede a la verdadera recuperación de la normalidad, aunque debamos atravesar, durante el primer semestre de 2021, los últimos y quizás más duros embates de una pandemia que los científicos anunciaban que iba a producirse, aunque no podíamos saber cuándo.

En este punto de inflexión, la vacuna nos sitúa en el camino de avanzar solidariamente en valores como la salud, el bienestar y el conocimiento científico, junto al impulso de la economía en el marco de un desarrollo sostenible. También en el turismo, si por fin somos capaces de abandonar el farolillo rojo y elegir el camino de crear conocimiento en un sector, cuya I+D deberíamos liderar a nivel mundial, en el entrecruzamiento del turismo con la biología y las matemáticas. Hoy podemos predecir poco sobre cómo será todo cuando la pandemia arribe, razonablemente, a unos niveles de control e impacto asumibles por casi todos. Pero ha quedado claro que la ciencia y la globalización han permitido, ahora, encontrar soluciones, con inusitada rapidez, a la principal amenaza a la que se ha enfrentado el mundo en los últimos 75 años.

Cuando se aportan los recursos necesarios, la ciencia emerge con toda su solvencia, crédito y liquidez: solo 9 meses después de la identificación del nuevo virus SARS-CoV-2 causante de la COVID-19, ha quedado en manos de la sociedad una amplia gama de vacunas, seguras y eficaces, hasta donde podemos saber. Es solo una pequeña parte de las aplicaciones nacidas de toda la investigación básica que hay detrás.  Es lo que sobresale más desde que nos encontramos por primera vez con este virus. Científicos de todo el mundo, en intercomunicación abierta como nunca, han avanzado a una velocidad insospechada en descifrar aspectos clave de este virus, identificando formas de limitar la infección y su propagación, resolviendo la estructura del virus, su mecanismo de infección y numerosos aspectos de su bioquímica y biología molecular, cómo se adhiere y entra en las células gracias a receptores específicos, cómo se replica y puede mutar, las particularidades de su ARN, nuevos métodos de detección,  etc., y desarrollando modelos matemáticos predictivos, muy útiles en la epidemiología moderna y que ya han ayudado mucho, especialmente a las administraciones que estaban más preparadas para incorporar todos estos conocimientos.

En los próximos años, más allá de tener que convivir aún con el virus SARS-COV-2, tendremos que afrontar nuevas amenazas, incluidas las medioambientales, biodiversidad, pandemias, recursos naturales y la alimentación global. La ciencia es la esperanza. No nos aporta verdades absolutas, pero interpreta la realidad de forma metodológicamente verificable, y permite descartar ‘certezas’ basadas en creencias o en falsas premisas e informaciones sesgadas por diferentes influencias o intereses. El cuidado de la ciencia es aún más imprescindible en una sociedad en la que las fake news se multiplican como si se tratara de partículas víricas capaces de fortalecer, incluso ante unos mismos hechos, percepciones contradictorias de la misma realidad.