Texto: Camilo José Cela Conde.

Recuerdo que, siendo joven, corría por Mallorca la voz de que no bastarían los árboles de la isla para ahorcarse si el turismo fallaba alguna vez. Eran los años aquellos del boom, la época en la que se labraron las principales fortunas de la isla —salvo el caso, siempre excepcional, de Joan March, y todas ellas estaban vinculadas de manera directa a la hostelería. Tan grande era el negocio que en El Terreno, nuestro barrio, el hotel California tenía verano tras verano más clientes que camas y alquilaba cuanta habitación se le ofreciese en las casas particulares del vecindario. Supongo que no fue un ejemplo aislado.

Como se sabe, los principales magnates de la hostelería mallorquina tuvieron la precaución de no poner todos los huevos en la misma cesta y se convirtieron así también en los reyes del Caribe. El turismo de masas era el protagonista de esa nueva revolución, no industrial ahora sino de servicios. Algo tan garantizado como eterno; no creo que a nadie se le ocurriese contar cuántos almendros, algarrobos, olivos y pinos —las higueras, no sirven— harían falta de presentarse el caos.

Siendo una isla, a Mallorca le habría costado poco quedar lejos del virus pero la dependencia del turismo convertía en inviables las medidas de protección necesarias

Hasta que llegó el año 2020 con su insólita, imprevisible e inmanejable pandemia del Covid-19. Siendo una isla, a Mallorca le habría costado poco quedar lejos del virus pero la dependencia del turismo convertía en inviables las medidas de protección necesarias. Si hasta en la Edad Media se sabía ya de la eficacia y la necesidad de las cuarentenas, ese re- medio ancestral resultaba inútil en el peor de los momentos imaginables.

¿Habrá que contar, por fi n, los árboles de la isla por ver si tenemos bastantes? No parece ser la solución de momento. Nos contentamos con dar palos de ciego desde las administraciones y con jugar a la ruleta rusa en el caso de los particulares que, negándose a ver el problema, siguen optando por la vida social de antes. Pero ¡ay!, en realidad la verdadera crisis para Mallorca no es tanto la sanitaria —que también lo es— como la económica. Con los aeropuertos vacíos, los aviones en tierra, las agencias de viaje, mayoristas o minoristas, sin clientela y los hoteles calculando en qué momento cerrar les hará perder menos dinero que seguir abiertos, la cuestión relevante es la de cuánto tiempo nos darán para subsistir las reservas (inexistentes para los más pequeños; enormes para las grandes cadenas). Todas las personas con negocios vinculados al turismo con las que he podido compartir la cadena de los lamentos aventuran un mismo pronóstico: un año de crisis quizá pueda superarse; dos, no. Pues, con vacuna por medio o no, en esas estamos.