Virginia Servera. Palma
Quienes hayan leído Un mundo feliz, de Aldous Huxley, recordarán que existe un narcótico para alcanzar la felicidad inmediata que desconecta al ser humano de su voluntad y pensamiento. Es el soma. Una droga que alivia al instante el estado depresivo de la colectividad y que anula cualquier inquietud o acto subversivo que pudiera comprometer el orden establecido. Soma –nombre artístico de Marc Peris que emana de esta novela distópica–, sostiene que esta realidad “está más de actualidad que nunca porque las personas dependen cada vez más de sustancias para poder seguir adelante”.
En medio de la complejidad del sistema actual y en un intento de interpelar a la ciudadanía y de generar un debate abierto, el artista callejero Soma empezó a trabajar hace cerca de veinte años en Mallorca: “Me parecía una manera directa y más democrática de mostrar lo que haces a nivel creativo, más allá del circuito de las galerías y del arte, que siempre se dirige a un público muy concreto”, explica.
Alrededor de 150 murales del artista visten las calles del centro de Palma, Inca, Sa Pobla, Calvià, Andratx, Cala Millor… De los del barrio de Canamunt, se siente especialmente orgulloso porque “son los que han establecido un diálogo con los vecinos y la gente de mi alrededor”, narra. Soma fue de los primeros, en 2006, en utilizar el arte para redefinir los espacios comunes de Ciutat. Entonces, “había gente con mucha calidad en el grafiti old school pero se empleaba poco el aerosol u otros métodos rápidos para hacer obra gráfica en la calle”.
La evolución del arte urbano
El mallorquín, que vive entre Valencia y Mallorca, concibe el arte urbano como “un jaqueo de la realidad cotidiana porque es un tipo de arte que no está bajo el control de las instituciones ni de lo económico”, describe. En este sentido –continúa–, “aunque se intente domesticar, siempre habrá un muro donde cualquiera pueda aportar su creatividad al espacio público”. No obstante, en los últimos tiempos el street art también “se ha relacionado en gran medida con la publicidad y se utiliza desde muchos enclaves, incluso turísticos, para reinventar o promocionar determinadas zonas… lo que conlleva el riesgo de que acabe siendo una postal más”, alerta.
La tendencia hacia “cierto hiperrealismo” que identifica el creador es una derivada que no encaja con él: “La gente tiende a relacionar el realismo fotográfico con la calidad de la obra y para mí no siempre está relacionado. Se hace un trabajo muy efectista, casi fotográfico. A mí el hiperrealismo fotográfico no me interesa especialmente porque para eso ya está la fotografía”. Precisamente “porque piensan que son más amables o más asimilables”, este tipo de obras “están atrayendo últimamente a los ayuntamientos”, agrega. Cuando echa la vista atrás, Soma recuerda un street art “más vanguardista” e “innovador” a nivel gráfico: “Lo que estoy viendo ahora está todo cortado por el mismo patrón… murales de niños, animalitos…con mensajes muy asimilables”, se lamenta.
La progresiva “turistificación” de las ciudades “deja poco espacio para que se puedan dar intervenciones de este tipo”. En Barcelona, por ejemplo, “antes había muchos muros, persianas, locales con street art… Los modelos de negocio actuales (se refiere a las franquicias), dejan poco espacio para la creatividad”.
Soma intramuros
Los últimos trabajos de Soma en Mallorca han sido para restaurantes y tiene previsto pintar algunos murales en varios pueblos de Valencia. Una labor que compagina con ser profesor de arte en un instituto. Además, desea recuperar su faceta más personal: “Tengo tantos encargos, que la parte mía, más creativa, de lienzo e indoor, la tengo un poco abandonada. Ahora que estoy volviendo a pintar, quiero preparar alguna exposición.
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