Cuando con dos años de diferencia cayeron el muro de Berlín y la Unión Soviética, asistimos a un cambio de ciclo histórico. Era el fin de la confrontación ideológica y el triunfo del capitalismo sobre el comunismo. Solo EE.UU. parecía en condiciones de dirigir el nuevo orden mundial. En 1991 China estaba muy lejos de poder desafiar el poderío norteamericano y en la OTAN se planteaba la posibilidad de admitir a Rusia.
Nadie imaginaba que el fin de la supremacía de Occidente iba a estar en juego. Cuando en el año 313 el emperador Constantino publicó el edicto de Milán (en realidad dos, uno para Oriente y otro para Occidente) proclamando el cristianismo como la religión oficial del Estado y concediendo libertad de culto, pocos podían adivinar la transformación tan radical que esto iba a suponer para el mundo europeo.
En el año 711 Tariq cruzó el estrecho de Gibraltar con sus tropas y tan solo 3 años después, los musulmanes estaban a los pies de la Cordillera Cantábrica. El mundo romano estaba desaparecido. Se inauguraba la confrontación entre el islam y el mundo cristiano que iba a durar muchos siglos. Era otro fin de era que llegaría hasta el Renacimiento.
Donald Trump no crea el actual desorden, pero lo intensifica y desafía a todo el mundo. El desorden empezó con la crisis económica de 2008, con la incapacidad de Estados Unidos de liderar un desarrollo justo, con la agresión brutal de Rusia contra Ucrania, con la emergencia desconcertante de China como potencia mundial comercial y económica y con la incapacidad de la UE de hacerse importante.
Estamos en un fin de ciclo que anuncia pronto un fin de era, la que nació tras la revolución francesa y con la segunda revolución industrial. Los valores políticos y éticos de la Ilustración y los valores del capitalismo liberal están en crisis. China y Rusia ni los han conocido ni les interesan para gestionar el nuevo orden (desorden) internacional. Para los Estados Unidos de Trump tampoco parecen importantes. Estados Unidos ha elegido a un presidente que solo tiene intereses personales. Es un narcisista peligroso que no entiende de principios y que apela al regreso de un mundo anterior a la globalización sin darse cuenta de que es imposible.
Mientras, no aparece por ningún lado ni el líder ni el país que inspire confianza para sacarnos del atolladero. Hay un cambio de era cuando los que mandan pasan a obedecer, cuando los principios ancestrales son sustituidos por intereses urgentes, cuando los métodos tradicionales de gobierno ceden ante la presión de quienes solo quieren mandar.
En este desorden, sólo la Unión Europea puede retrasar el final de una era. Pero una UE fuerte e inteligente que abandone todo nacionalismo y decida ser una gran potencia política además de una potencia comercial y económica.
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