Texto: Virginia Servera. Fotos: Pep Caparrós.
Cursó tres meses Bellas Artes y se desencantó. Descubrió que la formación requiere disciplina pero no forzosamente académica. Su camino sería más libre, autodidacta y, sobre todo, apasionado. Albert Pinya (1985) oculta su timidez detrás de unas gafas de sol pero no le falta seguridad para afirmar categóricamente que el arte justifica su existencia, su paso por la vida: “Es el mar en el que nado”, apunta. Un mural suyo en los probadores de una tienda palmesana fue la casualidad que lo llevó a conocer en 2008 al crítico, comisario y creador de la transvanguardia italiana, Achille Bonito Oliva. El mismo que años atrás le acompañaba en los libros. Con él, y más tarde con el prestigioso galerista mallorquín Ferran Cano, Pinya dio sus primeros pasos. Hoy mantiene el entusiasmo de entonces y defiende con vehemencia que el arte debe llegar a todos los rincones: “Se debería vender hasta en las farmacias y sin receta”, bromea.
-El Nuvolet en el pretendido bosque urbano de Palma, Proverbio del ojo en plena Gran Vía madrileña… ¿A dónde le gustaría llevar su siguiente escultura pública?
-Chicago sería un contexto espectacular porque allí hay una larga tradición, con artistas considerados maestros y referentes. Sería un sueño para mí.
-¿Qué le diría a quienes tildan sus obras de ingenuas o, incluso, infantiles?
-Aparentemente ingenuas –corrige–. Les diría que tienen toda la razón porque mi obra bebe mucho de las series de animación que veía de pequeño, de los cómics, tebeos… La ingenuidad es una especie de coraza o herramienta con la que me puedo enfrentar a la perversión y la contaminación, y abordar un tipo de temas de una manera mucho más libre y desprejuiciada.
“El arte debería venderse hasta en las farmacias y sin receta”
-¿Cuáles son los temas más presentes en su obra?
-La poesía siempre me ha acompañado; me considero una especie de escritor frustrado. En la actualidad estoy trabajando con un archivo vinculado con la poesía de las islas Pitiüses que incluirá ilustraciones. La gastronomía también tiene cabida en mi obra. A raíz de un encargo de la chef María Solivellas en 2011, empecé a descubrir una serie de inputs que me abrieron otro camino muy referenciado en mi pintura: el paisaje. Durante muchos años hice un trabajo de recuperación. Hablaba de autores como Rafael Joan, Andreu Terrades, Pere Jaume… Eso entronca directamente con mi manera de ver la vida. Siempre procuro vivir al margen del entorno digital; nunca he tenido redes sociales y no dispongo de WhatsApp.
-¿Por qué esta actitud anacrónica?
-Suelo repetir que cuanto más refino mi discurso, más cercano me siento al hombre de las cavernas. Me gusta también reivindicar los procesos artesanales –otra constante en mi obra–. Un gran ejemplo son las colaboraciones que vengo haciendo con el ceramista Joan Pere Català Roig desde hace seis años.
-¿Cómo ha evolucionado su trabajo?
-Al principio de mi carrera trabajaba más desde la provocación y mantenía un discurso mucho más irreverente. Cuando recuperé el paisaje y considerando todo lo que se ha hecho en el mundo del arte (una mujer masturbándose con un crucifijo, un papa aplastado por un meteorito…), me pareció que transgredir en un momento como el actual, un tanto apocalíptico, era pintar un árbol, unas gallinas de corral, una manzana…
-¿Qué compromiso tiene el artista con la realidad social del momento?
-El artista debe tomar el rol de un pensador que constantemente esté planteando cuestiones a la sociedad, removiendo conciencias o incentivando la cultura del pensamiento. El arte puede tener una parte lúdica pero debe generar dudas, sospechas sobre lo que nos rodea. En mi caso, la naturaleza y el paisaje son una forma de volver a los orígenes y apelar a la responsabilidad colectiva, a tomar conciencia de lo que comemos, de la magnitud del cambio climático…
-A menudo habla de integrar el arte en la cotidianidad. ¿Cómo se consigue eso?
-El arte debe salir de los cubos blancos y de los espacios expositivos más convencionales. A mí me gusta, por ejemplo, colaborar con un payés que está recogiendo almendras y de repente quiere comercializar su producto y me pide un dibujo para su packaging. Es otra manera de acercar el arte al público. Yo acostumbro a hablar de la versatilidad del artista. Si toda la vida tuviera que estar pintando cuadros o haciendo el mismo ejercicio en el taller, sería como una muerte metafórica para mí.
-¿No le podría confrontar alguien diciendo que eso le resta valor artístico a su obra?
-Muy probablemente sí, pero para mí todo no deja de ser un proceso creativo, de construcción de ideas. Para mí es tan importante el dibujo que puedo hacer para la portada de un libro como una exposición porque me enfrento con la misma excitación, curiosidad e intensidad. Yo busco la excelencia pero no el elitismo.
-¿Qué proyectos tiene a la vista cara a 2024?
-Empiezo en Róterdam, en febrero, con una exposición (ART). En abril-mayo me iré a hacer una residencia en Ámsterdam porque en mayo inauguro allí. En julio tengo una exposición en el Estudi Tur Costa, en Eivissa, y en Inca, en noviembre, me he comprometido con el Museu del Calçat a hacer una exposición en la que presentaremos la colaboración que estoy llevando a cabo con Lottusse.
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