A lo largo de las dos últimas décadas, las sucesivas reformas en materia de política comercial internacional, junto con el abaratamiento del transporte y, especialmente, las tecnologías de la
información y las comunicaciones han propiciado el avance de las denominadas cadenas globales de valor. Con ellas, la producción de buena parte de los bienes y servicios se fragmenta verticalmente entre múltiples y variadas localizaciones geográficas, de manera que un bien es producido en muchos países, pero solo uno lo exporta.
Un claro reflejo de esta situación es el cambio de composición de la cesta importadora de las regiones avanzadas, como la balear, de acuerdo con el creciente protagonismo de los bienes intermedios (el 57,7% del total en 2020) –los que entran a formar parte del proceso de producción de otro bien o servicio–, frente a los destinados a la demanda final, de consumo (37,3%) o de capital (5%).
De la explotación del último marco input-output para la economía balear se desprende una dependencia de las compras al resto del territorio nacional y del mundo equivalente al 18,7% de las necesidades interiores. Este porcentaje se eleva, sobre todo, para los bienes del sector primario (66,7%), así como los que provienen de la industria extractiva (94,2%) y las manufacturas, en general (73,1%), entre las que se encuentran las alimentarias. En servicios, los índices de dependencia exterior son menores a los industriales –como es el caso de los profesionales, científicos y técnicos (30,9%) o los relativos a la información y las comunicaciones (29%)– y son mínimos en los que el archipiélago está altamente especializado –como son los asociados a la hostelería (4,7%).
Con la COVID-19, la cuenta que las islas mantienen abierta con el exterior está afectada por desajustes oferta-demanda que han provocado cuellos de botella en los suministros y una espiral altamente inflacionista, que están poniendo a prueba la resiliencia de las economías alrededor del mundo. Se trata de un escenario que, frente al actual atlas comercial mundial, no se puede rehuir. Sin embargo, es preciso reconocer que, si bien la coordinación a nivel transnacional añade elevadas dosis de complejidad, las cadenas globales de valor también han dado lugar a nuevas formas de organizar la producción y el trabajo que abren nuevas oportunidades para impulsar la competitividad global. Y Balears no debe conformarse, ni mucho menos quedarse al margen.
Las islas tienen ante sí una vía importante para apoyar en la internacionalización el avance progresivo de su tejido hacia los segmentos de mayor valor añadido, cerca del consumidor final, así como construir, de vuelta, una posición eficiente de las empresas locales en los mercados globales. Aquí no hay barreras o fronteras a levantar, sino fortalezas a forjar y explotar.
La transformación se impone, pues, como un condicionante para desarrollar nuevas habilidades estratégicas y mucha cooperación público-privada en una misión orientada al valor que viene del exterior.
Texto: Antoni Riera. Economista director de Fundació Impulsa.
Deja tu comentario