Nos habíamos acostumbrado a las buenas noticias económicas para España, como la reciente publicación en The Economist, que nos pone por las nubes, destacando a nuestro país entre las economías más desarrolladas. Señala como claves del éxito los bajos precios de la energía (gracias al crecimiento de las renovables) y la inmigración, que representa el 40% de los nuevos empleos. Ahora, cuando nos sobresalta el terremoto arancelario, también nos favorece la ampliada diversidad de relaciones comerciales que tenemos con el resto del mundo. En conjunto, expertos de la Cámara de Comercio y del Banco de España coinciden en cifrar en solo un 0,2% el impacto sobre el PIB de los aranceles impuestos por Trump. El sector agroalimentario, que representa el 17% de nuestras exportaciones a EEUU, sería el más afectado, especialmente el aceite de oliva, el vino y derivados vegetales. Sin embargo, cuando los expertos señalan que lo peor de los aranceles es la incertidumbre, conviene recordar que los de ahora no son algo nuevo. Durante la primera administración Trump ya enfrentamos aranceles: 35% a las aceitunas negras (que aún se mantienen) y 25% al aceite de oliva y al vino (2017-2021), eliminados después y que ahora podrían volver. Nada nuevo, excepto lo que nos mantiene en vilo: los vaivenes de quien llegó a proponer, en abril de 2020, el disparate de administrar inyecciones de lejía para curar la COVID, mientras él mismo, al contagiarse, se trataba con las terapias médicas más avanzadas, costosas y científicamente avaladas.
Preventivamente, fortalezcamos más nuestra dieta mediterránea y el consumo de alimentos locales y europeos
En medio de tanto guirigay, está claro que los aranceles no buscan directamente fomentar alimentos poco saludables. Esta sería otra guerra. Pero pueden preocupar los daños indirectos y colaterales: encarecimiento de productos, interrupciones comerciales y represalias económicas recíprocas que, al final, dan espacio al consumo de alimentos ultraprocesados, más baratos y menos nutritivos. De continuar esa deriva los más perjudicados serían los propios estadounidenses, es verdad, pero lo que no sabemos es si ello inquieta a su presidente. Preventivamente, fortalezcamos más nuestra dieta mediterránea y el consumo de alimentos locales y europeos. En particular, en el verano en Mallorca, elijamos comidas hidratantes y nutritivas, teniendo siempre agua fresca a la vista, imprescindibles para nuestra salud y bienestar. Nos refrescan, calman la sed y ayudan a recuperar el equilibrio entre cuerpo, mente y entorno.
En verano, frutas como sandía, fresas, ciruelas, peras, melón, nísperos, uvas, manzanas, melocotones, albaricoques, etc., son refrigerantes ideales: aproximadamente 90% de agua y aportan vitaminas, minerales, fibra y otros compuestos bioactivos interesantes. También las ensaladas con legumbres, verduras (lechugas, espárragos, alcachofas, calabacines, espinacas, coles, berenjenas…) y especialmente, el trempó mallorquín: un plato de proximidad que combina tomate poco ácido, pimiento mallorquín y cebolla dulce, aliñados (trempats) con aceite de oliva virgen, sal y el toque de ajo, tan natural. Estas opciones, a menudo acompañadas de fuentes tradicionales de proteínas (pescados, carnes blancas o magras, mariscos, legumbres), ayudan a mantenernos frescos, nutridos y energizados. La delicia local es el tumbet, preparado con berenjena, calabacín, pimientos y patata, parcialmente freídos con poco aceite, recubiertos con sofrito de tomate, cebolla y algo de ajo, con 30 minutos de horneado final. Puede coronarse con huevo, lomo o pescado, dejándolo enfriar o no, o atemperar antes de consumir. El toque de sobrassada de Mallorca lo convierte en una receta (tumbet mallorquí) tan completa como deliciosa, ideal para disfrutar con buen humor y compañía, que en nada debería verse afectado por la tendencia a establecer los aranceles poco saludables de Trump y sus millonetis.
Al contrario, aunque algunos opten por la lógica del conflicto, nosotros podemos responder con tranquilidad e inteligencia alimentaria: nuestro trempó y tumbet mallorquines, con un pellizco de sobrassada de Mallorca (aunque en esto no puedo ser neutral). En Mallorca superamos esta “guerra” comercial promoviendo la salud y el placer de comer bien, contra los aranceles… y los alimentos basura.
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