En los centros medievales de las ciudades europeas no hay un solo espacio que no sea testigo de algún acontecimiento memorable: pendencias, crímenes, traiciones, amores imposibles, duelos, o cruces de miradas, ocurrieron, y siguen ocurriendo, en cualquiera de sus rincones.
La Plaça Major de Palma es hoy un gran espacio abierto, pero dos siglos atrás contenía una tupida red de callejones estrechos y pequeñas plazoletas. Esta trama abigarrada se formó a lo largo de más de mil años, y fue testigo de innumerables episodios. La mayoría se perdieron cuando sus protagonistas se los llevaron a la tumba, pero algunos quedaron reseñados en documentos que reposan en los archivos.
Plano de Palma (1644). Antonio Garau.
La apertura de la Plaça Major, a partir de 1823, barrió con aquellas calles y casas milenarias, y también con hitos de la historia. Por ejemplo: sabemos que aquí, en una casa de estos callejones laberínticos, nació, hacia 1232, el filósofo más influyente de la Europa medieval, Ramon Llull. Y en 1593, reinando Isabel I y Fernando II en Castilla y Aragón, se construyó un enorme edificio, el llamado Tribunal de la Santa Inquisición, donde fueron juzgados y ajusticiados cristianos nuevos, supuestamente conversos, acusados de practicar a escondidas su religión judaica o musulmana. Cuenta Diego Zaforteza en su libro “La Ciudad de Mallorca”: El edificio de esta institución era una soberbia pieza cuadrangular, con un gran patio porticado en su centro, hallándose a mano izquierda, entrando, entonces, en la calle Sant Miquel desde la Bosseria. Tenía un frente de seiscientos ochenta y ocho palmos, alcanzando, por la parte de atrás, la actual Costa del Teatre. Es decir, que ocupaba aproximadamente la mitad oeste de la actual plaza.
La Inquisición fue abolida en 1813 por las Cortes de Cádiz, y este enorme edificio fue derruido en 1823, pensando ya en abrir la Plaça Major y pensando en establecer allí la nueva pescadería, que hasta entonces ocupaba de forma insana la Plaça del Rastrillo. Lindando con el edificio de la Inquisición, estaba el Convent de Sant Felip Neri, que fue expropiado en 1836 –siguiendo la política de expolio de los bienes de la Iglesia iniciada por el ministro Mendizábal– y demolido en 1854 mientras los monjes de Sant Felip corrían a ocupar el cercano Convent dels Trinitaris, que desde entonces se llama de Sant Felip Neri.
La apertura de la plaza comenzó en 1866, y hacia 1898 se amplió el proyecto inicial para resolver el encuentro con las calles Colom y Sindicat. A principios del siglo XX, la Plaça Major acogió el mercado de abastos de la ciudad, sustituyendo al que hasta entonces se celebraba en la Plaça de Santa Eulàlia o, desde época musulmana, en la Plaça des Mercat. Ese mercado, hecho de tenderetes, se mantuvo durante las primeras décadas del siglo XX, hasta que, en los años 40, se construyó el Mercat de l’Olivar, donde se asentaba otro convento de religiosas.
La Plaça Major se convirtió entonces en una plaza ajardinada. En ella se celebra todavía, en Navidad, el mercado de Santa Lucía, donde se pueden comprar las peculiares figurillas artesanales de terracota para los belenes mallorquines. Pero en los años 70 del siglo XX la plaza sufrió otro trastorno. Se abrió toda ella en canal y se excavó su suelo hasta más abajo del nivel de la Rambla, para dar cabida a un aparcamiento público de cuatro plantas y, en su planta superior, una angosta zona comercial. Esta plaza, por tanto, ha pasado por situaciones cruentas. Surgió recortando el tejido medieval, a la vez que se abrían las calles Colom y Conquistador (ésta previa demolición del antiguo convento de los dominicos y su magnífica iglesia gótica).
La futura Plaça Major de Palma. Imagen: barcelóbalanzóarquitectes | scob.
Hoy la plaza, tras un concurso de proyectos, se prepara para su último episodio. El proyecto ganador propone una ingeniosa solución que probablemente mejorará sustancialmente el estado actual. Verá aparecer un claustro rehundido –a semejanza del Covent Garden de Londres– permitiendo una entrada de luz vertical hacia la planta inferior, que perderá su angostura y que a su vez se abrirá, en visión horizontal, sobre el espacio de la Rambla. La idea parece acertada, y su ejecución deberá servir para mejorar y consolidar definitivamente este espacio de convulsa historia.
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