En un par de meses de mandato, Donald Trump ha alterado profundamente el sistema económico internacional. Durante décadas, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, este sistema se había construido sobre normas multilaterales y aranceles bajos. Pero Trump ha decidido romper con ese modelo: en lo que la revista The Economist llamó el “Día de la ruina”, el presidente de los Estados Unidos ha iniciado una guerra comercial con el resto del mundo al imponer aranceles muy elevados a los productos importados.
Como ha señalado el Nobel de Economía Paul Krugman, la política impulsada por Trump carece de toda lógica o método. Parece subyacer en ella una nostalgia por un pasado industrial de Estados Unidos que ya no puede recuperarse, como expuse en estas mismas páginas en el artículo “El imposible regreso al pasado de Trump”. También parece reflejar una visión equivocada de la economía internacional como un juego de suma cero, donde si un país gana, otro pierde. En realidad, el comercio internacional bien gestionado permite que ambas partes salgan ganando.
Aunque sus fundamentos económicos son inexistentes, las consecuencias de esta política trumpista sin duda serán graves. Desde los años 80 del siglo pasado, con la irrupción de China en el comercio global, la economía mundial ha vivido una segunda ola de globalización. Muchas empresas trasladaron su producción a otros países y se organizaron en complejas cadenas de valor que cruzan fronteras. Los nuevos aranceles sin embargo obligan a rehacer esas cadenas, lo que reduce el valor de gran parte de las inversiones ya realizadas, y de aquí la lógica caída de los mercados de valores internacionales. Pero hay un problema aún mayor que los propios aranceles: la incertidumbre. La política de Trump, marcada por vaivenes constantes y la ruptura con el enfoque multilateral, genera un entorno impredecible. ¿Qué empresa se animará a invertir sin saber cómo será el escenario global donde deberá operar?
Desde Baleares y España, el impacto directo será limitado ya que el comercio con Estados Unidos no es tan relevante. Sin embargo, muchas empresas españolas venden a países europeos que sí tienen relaciones comerciales más intensas con EEUU, lo que indirectamente nos afecta. Además, la incertidumbre y el menor crecimiento económico de nuestros socios comerciales –incluidos muchos de los principales mercados emisores de turistas en Baleares– también traerán consecuencias negativas. Frente a esto, las empresas deberán adaptar sus estrategias y los gobiernos contemplar políticas que mitiguen el impacto. Afortunadamente, y conviene destacarlo, los costes económicos de esta situación están lejos de lo que supuso la pandemia de la COVID-19 para la economía mundial, española y balear; sus efectos, eso sí, podrían ser más persistentes en el largo plazo.
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