¿Debería preocuparnos la amenaza de que llegue la tercera guerra mundial? A mí me parece que no, que no es cosa de atormentarse por la razón bien sencilla de que ya la tenemos en marcha. Lo que sucede es que no acabamos de enterarnos.
Quizá sea así porque la guerra siguiente nunca se parece a la anterior. En la presentación en Madrid del libro de Robert Graves Adiós a todo aquello el embajador británico recordó que el nombre del primer conflicto a escala mundial fue, en su tiempo, “la guerra de los cuatro años”. A nadie se le ocurrió ponerle el adjetivo de “primera” hasta que se declaró el segundo de los desastres mundiales. Con la particularidad añadida de que la guerra emprendida por Hitler contra las democracias apenas tuvo nada que ver con la precedente de 1914-1918. El fracaso de las planificaciones militares estratégicas fue de escándalo en cuanto las tropas alemanas superaron a la carrera las líneas francesas de defensa.
Ese hecho muestra que para entender una nueva guerra sirven de poco las lecciones de las anteriores. Cada conflicto mundial —y en un mundo globalizado lo son todos los de cierto peso— tiene sus propias y novedosas reglas. Aceptando que la tercera Gran Guerra ha comenzado, aún no sabemos cómo es.
Apuntan ciertas claves. La primera de ellas, los poderes en conflicto. Hay algo de semejanza en la lucha entre la democracia y la autocracia, con todos los matices que queramos. También parecen mantenerse dos bloques enfrentados aunque sólo el primero, el de los países democráticos, puede definirse con claridad: enfrente podríamos pensar que se mantiene viva la herencia del Imperio Soviético pero resulta difícil decidir qué papel juega China, encerrada en su hermetismo. Y, por otra parte, la transformación del terrorismo islámico en una especie de franquicia hace pensar en una novísima y extraña Gran Guerra en la que los contendientes resultan borrosos y mudables.
Sea como fuere, aun cuando la amenaza de los arsenales nucleares sigue ahí, llevamos años de guerra entre Rusia y Ucrania sin que se haya utilizado ni un solo misil siquiera táctico de los que llevan dentro el Armagedón. Pero la principal novedad es el escenario bélico. La nueva Gran Guerra resulta civil, no sólo militar, porque es la población en su conjunto la que se ve afectada por los actos de guerra que, ahora, descansan más en fintas indirectas de carácter económico o incluso político. Parodiando a von Clausewitz, la guerra ha dejado de ser la continuación de la diplomacia por otros medios para convertirse en la secuela de las bregas ministeriales por otros cauces.
La nueva Gran Guerra será patente cuando afecte a nuestros hábitos cotidianos de una manera tan clara que los vuelva del revés. Cuando llegue una especie de pandemia pero no debida a un virus sino a la acumulación de actos bélicos a la nueva manera y sea imposible, por ejemplo, conservar el turismo como lo entendíamos. O cuando tengamos que renunciar a un Internet colonizado por los manipuladores, léase hackers.
Deja tu comentario