
España pasó de estar a la vanguardia cultural del mundo en el siglo XVII a no ser nada en el XIX, en gran parte por culpa de estos enfrentamientos internos entre buenos y malos. ¿Y a qué nos ha conducido esta sangría? Nivel educativo mínimo en Europa (lo dicen los números), desempleo máximo en Europa (lo dicen los números). Ya está bien; hay que dar un paso adelante. El verdadero progresismo no puede incluir estos enfrentamientos que desgastan día a día y vacían al país de una energía que debería emplearse en un progreso real, sobre todo en educación, en formación de las personas. El verdadero progresismo debe tratar de superar esas pugnas, las dos facciones que se detestan. Acabar con esta historia antigua y primitiva. Fin de la pesadilla. Comprender al de enfrente, al que piensa diferente, que siempre tiene sus razones, y dirigir los esfuerzos hacia los objetivos comunes (educación, trabajo, derechos de todo tipo) en los que todos estamos de acuerdo. Ese debe ser uno de los objetivos básicos del verdadero progresismo. El “y tú más” permanente es anclarse en el atraso secular. Basta ya. Hay que dar el paso, pasar página, fomentar el sentido común como país.
Otros países europeos, Francia, Alemania, Italia, Inglaterra, tienen ese sentimiento de unidad aunque algunos se formaron como estados siglos después que nosotros y a menudo por caminos de violencia. Pero ahí están. Como una muestra de la diferencia, vean el número de premios Nobel: Italia, 20; Francia, 69; Alemania, 108; Inglaterra, 130; España, 8. Basta ya. España tiene raíces culturales de extraordinaria riqueza. La primera gramática de Europa, las primeras universidades de América, y tantas otras. Salgamos del charco maniqueo, tribal, y vayamos adelante de una maldita vez.

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