Bartomeu Bestard CladeraUna de las estampas más conocidas de la bahía de Palma es la del castillo de Bellver (1310), vigía permanente de la ciudad, que corona el promontorio, de amplia y suave ladera moteada por los pinos y los matorrales, y cuya franja inferior, la más cercana al mar, aparece urbanizada por el barrio de El Terreno.

Gracias a que se conserva el retablo de San Jorge, obra de Pere Nisard (1470), todavía hoy podemos contemplar el aspecto que tenía esta zona en tiempos del Medievo, pues en un lateral de la escena principal de dicha pintura aparece la ladera cuando todavía no había ninguna construcción, salvo quizás la Torre d’en Carròs, a la altura de la actual S’Aigo Dolça. En cambio, sí se observa un camino que, desde las puertas de las murallas de la ciudad, discurre paralelo a la costa hasta comunicar con el puerto de Portopí. Este camino debió ser muy concurrido desde que Palma fue fundada por los romanos hacia la primera mitad del siglo I a.C., y ello fue debido a la naturaleza de la costa palmesana. Hasta el siglo XX, los días en que entraba con fuerza el viento, el único refugio seguro para las naves era el puerto de Portopí, por lo que la comunicación por tierra entre el puerto y la ciudad fue siempre constante.

El Terreno

El Castillo de Bellver vigila desde lo alto el barrio de El Terreno, que albergaba segundas residencias de la burguesía mallorquina.. Fotos: FAM-Fotos Antiguas de Mallorca.

Debido a que toda la falda del castillo de Bellver dependía directamente del patrimonio del rey, así como a la inseguridad que constituía la costa —expuesta a ataques de los piratas—, esta zona se mantuvo sin urbanizar durante siglos. La citada torre de defensa d’en Carròs —vendida en el siglo XV— y la urgente necesidad obligada por la peste de construir un lazareto en 1656 —Sa Quarentena— fueron una excepción.

Llegada del siglo XVIII

Fue con la llegada del siglo XVIII, sus ideas ilustradas y nuevas mentalidades, cuando se empezaron a buscar lugares de recreo cerca del mar. En esta nueva concepción del recreo y descanso se debe buscar el origen del barrio de El Terreno.

Una de las primeras cesiones dadas por el rey a un particular tuvo lugar en 1769, cuando el canónigo de la Catedral, mosén Jaime Oliver, solicitó un terreno del Real Patrimonio —de aquí el origen del topónimo— entre la Caleta y la desembocadura del torrente del Mal Pas, con la idea de construir una casa en un lugar saludable, cerca del mar, para el recreo y descanso. Así surgió el rafal de El Terreno, que años después daría nombre a todo el barrio.

En 1807, este caserío pasó a ser propiedad del cardenal Antonio Despuig y, hacia 1850, pasó a la familia Rubert, por lo que empezó a ser conocido como Can Rubert. Juan y Andrés Rubert fueron los que empezaron a parcelar la finca y a vender solares. La casa que hizo construir el canónigo Oliver todavía se conserva y en la actualidad es la sede de la Fundación Nazaret.

Pocos años después de la cesión de El Terreno, en 1777, el rey volvió a hacer otra concesión de sus tierras, en este caso al pintor de la Corte Cristóbal Vilella. Este artista pertenecía al reducido grupo de mallorquines que se habían formado en la Real Academia de San Fernando, en Madrid. Su finca lindaba, por un lado, con el rafal de El Terreno, y por el otro con el lazareto de Sa Quarentena. Aquí se construyó una casa para poder dibujar todo tipo de animales por encargo del Gabinete de Ciencias Naturales, de Madrid. Hoy esta zona del barrio es conocida como Son Catlaret.

El Terreno

Escalinata junto a la Sala Regina, allá por finales de los años 50.

Otra casa de recreo que se construyó en el siglo XVIII era la de S’Aigo Dolça. La casa que allí se levantó fue muy sencilla, pero su posterior parcelación fue importante para el desarrollo urbanístico del barrio. La parcelación en caseríos durante el siglo XVIII sólo fue el preámbulo de lo que se iba a urbanizar con mucha más intensidad durante el siglo XIX, especialmente a partir de su segunda mitad. Fue en esos momentos que se configuraron las calles y articularon los nuevos solares del barrio, extendiéndose por el costado elevado del antiguo camino de Portopí, actual calle de Joan Miró, y elevándose hacia el castillo de Bellver. De esta forma, en 1803, el cirujano Gabriel Sabater solicitó al Patrimonio Real poder construir unas casetas para poder tomar baños de mar. En la actualidad, Can Sabater la ubicaríamos en el hotel Victoria.

La epidemia de 1821

En 1821, una epidemia de fiebre amarilla diezmó considerablemente la población de Palma. Parte de sus habitantes, huyendo de un posible contagio en el interior de la ciudad, buscó refugio en la falda rasa del castillo de Bellver, provocando la aparición de un poblado provisional construido con barracas de madera. Su construcción fue posible gracias a la tala de los pinos de los alrededores, lo que significó arrasar con la mayor parte del bosque de Bellver, por lo que, unos años después, facilitaría la parcelación de la zona.

En 1869, José Villalonga-Lloeta, otro importante impulsor de las parcelaciones del barrio, cedió una parcela para que se pudiese construir la iglesia de la Virgen de la Salud. Hacia 1887, el barrio estaba plenamente consolidado con más de trescientas casas. A principios del siglo XX, El Terreno se convirtió en refugio de no pocos extranjeros europeos y americanos; desde entonces se ha considerado como uno de los barrios más cosmopolitas de Palma.

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