
Algunos filósofos de la ciencia han argumentado que las herramientas creadas por el ser humano no tienen efectos positivos o negativos en nuestra manera de pensar y actuar, únicamente en función de cómo las empleamos. Más allá de cómo utilicemos las tecnologías, el simple hecho de usarlas ya implica una transformación de nuestro cerebro. La brújula, independientemente de sus efectos prácticos, afectó nuestros procesos cognitivos. Toda la tecnología actual, sintetizada de manera espectacular en ese pequeño rectángulo de luz que es el teléfono móvil, nos ofrece una eficacia indescriptible, oportunidades de aprendizaje inmensas, rápida conexión social…, pero parece cobrarle a nuestro cerebro una tarifa. ¿Cuáles son las consecuencias de la actual hiperconexión sobre nuestra arquitectura neurológica?
Por una parte, el dilema de la memoria. Antes recordábamos números de teléfono, fechas importantes, direcciones. Ahora confiamos en nuestros dispositivos y sin pretenderlo generamos una especie de amnesia digital. Por otra, el problema de la fragmentación de la atención. Las interrupciones repetidas que provocan los dispositivos móviles activan un patrón de atención dividida, el cerebro salta de una tarea a otra sin profundizar del todo en ninguna. Se reduce la eficiencia y de alguna manera se agotan los recursos cognitivos, afectando la capacidad de concentración sostenida.
Además, la interacción digital fomenta una gratificación inmediata: con cada notificación, con cada nuevo contenido, recibimos destellos breves pero suficientes para encender el hábito. Poco a poco, la mente se acostumbra a estímulos fugaces y prefiere la inmediatez a la profundidad. Tareas que exigen quietud, paciencia y una atención sostenida como leer, estudiar o la reflexión crítica se tornan en ardua empresa. Estamos más preparados que nunca para procesar y responder a estímulos pero a expensas de la capacidad de comprensión y razonamiento crítico.
El siguiente paso en la revolución quizás no sea tan digital sino más cognitivo: aprender a manejar los cambios que los dispositivos nos han generado. En este viaje digital, el desafío no parece ser la máquina sino el cerebro.

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