Pau inmortaliza en su última novela gráfica la “increíble” historia de su abuelo, quien pasó una década “sin ser dueño de su destino” bajo las enseñas de cinco países durante la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial.
A Pau Rodríguez se le iluminan los ojos cuando habla de su abuelo. Recuerda con un inmenso cariño “las batallitas” que Vicente le contaba en aquellos veranos que pasaban juntos en Can Pastilla. “Siempre intuí que su vida no había sido una vida normal”, explica. Siete años de exhaustiva investigación y miles de horas buceando entre diarios, documentos, fotos en blanco y negro y cartas de la época, dejaron a las claras que su abuelo, efectivamente, no había tenido una vida corriente. Ni mucho menos. Vicente Jiménez-Bravo, natural de Ciudad Real, pasó de los 17 a los 27 años (1936-1946) privado del libre albedrío bajo el yugo de Las cinco banderas que dan título a la obra más personal del dibujante mallorquín.
Y es que su abuelo luchó en el bando republicano en la Guerra Civil española, estuvo en los campos de refugiados de Francia, combatió con uniforme británico en la Segunda Guerra Mundial, fue capturado y esclavizado por los nazis en el país galo para, después de escapar, regresar finalmente a España como repatriado, donde pasó un año de trabajos forzosos por “desafecto” al régimen franquista y otros tres haciendo el servicio militar en Mallorca, donde se quedó a vivir. Un ejemplo de que “el ser humano es capaz de adaptarse a las peores situaciones, como decía mi abuelo”, señala el ilustrador.
Una “extraordinaria y terrible” odisea
Fue en 2017 cuando Pau se decidió a plasmar en las páginas de un cómic esta “extraordinaria y terrible” odisea. “Siempre lo había tenido en mente y me dije: tengo que sacarlo cueste lo que cueste”, rememora. Tras una exitosa campaña de micromecenazgo, la versión en castellano del primer tomo vio la luz en diciembre de 2023 en Escápula Cómics, su alter ego editorial. Y en marzo de este año, Las cinco banderas daba el salto al mercado francófono, el más importante del mundo tras el anglosajón, de la mano de la editorial suiza Paquet. Todo un éxito.
“Me planteé contar una historia de ficción, pero no hubiese sido un homenaje en toda regla. Era desperdiciar un material único y precioso”, apunta. Desde un principio, quería que la obra tuviese “un valor documental, que los descendientes de españoles que pasaron por algo así supieran cómo era la vida de aquella época. Ni podía ni quería equivocarme en nada”, añade Pau. Tampoco ha renunciado a su particular estilo, donde los protagonistas son animales antropomorfos, es decir, que están humanizados. Y la razón es muy simple. “Creo que se transmiten mejor las emociones con animales. Te duele más todo lo malo que les pasa, con sus cabezones y grandes ojos”, desliza entre risas, para añadir “además me salen mejor que los humanos”.
Pasión infantil
El idilio de Pau con el mundo del cómic comenzó de niño devorando las historietas de Mortadelo y Filemón o Astérix y Obélix. Un cursillo impartido en su instituto por el dibujante Max le convenció de que su futuro estaba lápiz en mano. “Hasta entonces, yo solo veía un dibujo al lado del otro. Max me descubrió un lenguaje nuevo”, recuerda. De ahí a hacer sus pinitos en fanzines, sus estudios de ilustrador en la Escola d’Arts i Oficis y sus primeros trabajos como humorista gráfico e ilustrador.
Desde entonces, Pau ha publicado más de una docena de cómics, como Los repartidores de cerveza, premio Víbora 1999, o Curtiss Hill, premio Ciutat de Palma del Cómic 2019. Pero su obra más importante es la Saga de Atlas y Axis, que narra las aventuras y desventuras de dos, cómo no, perros antropomorfos. Esta serie se ha publicado, por el momento, en doce idiomas en más de quince países de tres continentes. “Para mí es más gratificante publicar en varios países que vender mucho, porque significa que has conectado con personas de diferentes culturas”, reconoce Pau, que añade que “era una meta que me marqué cuando empecé a dibujar de niño”. Reto superado.
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