Un elemento central en la reciente plataforma electoral de Trump, ya presente en su campaña de 2016, es la propuesta de establecer o incrementar aranceles a las importaciones de manufacturas, especialmente las provenientes de China. El objetivo declarado de esta medida es revitalizar el sector manufacturero, que hace unas pocas décadas fue un pilar de la economía estadounidense, pero que perdió peso tras el ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio en 2001 y el auge en importaciones que trajo consigo.
En Estados Unidos, el consecuente cierre de fábricas y la pérdida de empleos afectaron gravemente a ciertas regiones del Midwest, particularmente a los trabajadores sin estudios universitarios, quienes solían acceder a buenos salarios en el sector manufacturero. Este impacto, concentrado geográficamente, ha generado no solo consecuencias económicas, sino también profundas repercusiones políticas y sociales. Aunque inicialmente los aranceles buscaban reactivar la manufactura tras décadas de hiperglobalización, la política comercial proteccionista se está ampliando, influenciada por crecientes tensiones geopolíticas con China y Rusia. En la actualidad, por lo tanto, estas medidas responden tanto a objetivos económicos como a intereses estratégicos.
¿Tendrá éxito Trump en la recuperación de la industria manufacturera y de los ‘buenos empleos’ para la clase media sin estudios universitarios? Muy probablemente, no. En las últimas décadas, el cambio tecnológico ha sido intenso, con una profunda automatización de los procesos productivos en el sector manufacturero. Asimismo, el peso de las manufacturas en las economías decrece de forma ‘natural’ a favor del sector servicios con el desarrollo de éstas.
Así, aunque unos mayores aranceles generaran el retorno de producción manufacturera a los EE.UU., ésta será distinta a la de hace décadas: mucho más intensiva en capital, con pocos empleos, y la mayoría de ellos de bajos salarios para trabajadores sin estudios universitarios debido al sesgo de los procesos de automatización. Así, aunque los efectos económicos y políticos a nivel global de una subida de los aranceles serán indudables, el regreso al pasado no es posible: la deseable búsqueda de buenos empleos deberá explorar otros derroteros.
Desde una perspectiva balear, este análisis sugiere que los recurrentes cantos a diversificar nuestra economía más allá del sector turístico, en actividad industrial, con el objetivo –entre otros– de mejorar la calidad y los salarios de los empleos, tiene poco recorrido. La diversificación económica debe enfocarse a sectores más compatibles con la realidad insular, relacionada con la actividad turística, apostando por la innovación tecnológica y los servicios de alto valor añadido, que puedan ofrecer tanto sostenibilidad económica como oportunidades laborales de calidad.
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