Hace unos treinta años, vivía en Son Rapinya una mujer -militante comunista regresada del exilio- que había pasado la II Guerra Mundial en Stalingrado, escondida en las alcantarillas mientras el Apocalipsis se abatía sobre la ciudad. Y un poco más lejos del centro de Palma, en Son Roca, vivía un hombre -otro republicano exiliado- que había pasado cuatro años encerrado en el campo de exterminio nazi de Mauthausen. Tuve la suerte de conocerlos a los dos.
Una vez le pregunté a Carme Sarquella, por teléfono, qué recuerdos tenía de la batalla de Stalingrado. Al otro lado de la línea noté un gran silencio, un silencio que se extendía como una gigantesca mancha de oscuridad. Carme había colgado el teléfono. Habían pasado más de cuarenta años, pero ella seguía sin ser capaz de hablar de la guerra.
Con José María Aguirre -el hombre que había sobrevivido al campo de exterminio de Mauthausen- sí se podía hablar. Después de veinte años de silencio, había decidido que tenía que contar su experiencia si quería mantener la cordura. Y hablaba, vaya si hablaba. Una vez me contó que había sobrevivido a una de las peores noches en el campo porque se hizo el muerto y se abrazó a un cadáver, en su barracón, mientras los guardianes ponían inyecciones de gasolina a todos los enfermos de tifus.
Si existiera una unidad de medida que pudiera calcular la intensidad de la experiencia vital acumulada por una persona -algo así como el lifebit-, sería evidente que Carme y Josemari vivieron una vida mil veces más rica y más compleja que cualquiera de las nuestras.
Nosotros estamos acostumbrados a vivir en un mundo tranquilo y seguro. Ellos sabían que el mundo nunca era tranquilo ni seguro. Nosotros estamos acostumbrados a vivir bajo la protección de unas leyes que garantizan las libertades fundamentales. Ellos sabían que la ley nunca es suficiente si hay alguien -y en su mundo siempre había alguien- dispuesto a destruir las libertades de los ciudadanos.
En los años 80, cuando vivía en una casa frente al Pacífico Norte, Raymond Carver escribió un poema que resumía todos los miedos que habían acechado su vida de alcohólico violento y desarraigado: “Miedo a las tormentas eléctricas./ Miedo a la limpiadora que tiene una mancha en la mejilla./ Miedo a los perros que me han dicho que no muerden./ Miedo a la ansiedad./ Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto”, decían algunos versos (había muchos más).
Este poema, “Miedo”, es un catálogo de la angustia existencial de cualquiera de nosotros, ciudadanos que vivimos en un mundo que nunca nos parece tan seguro como nos gustaría que fuera. Acostumbrados a vivir en un mundo ordenado, nos aterroriza la idea de que el desorden pueda instalarse en nuestras vidas. Acostumbrados a creer que todo es sencillo, nos da miedo enfrentarnos a la idea de que nada en la vida es sencillo. Carme y Josemari lo supieron. Nosotros nos hemos negado a aprenderlo.
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