Todavía recuerdo aquellos años en los que circular por la isla era un continuo atasco de tráfico. Y lo recuerdo sin ninguna añoranza…
Otra vez me he vuelto a quedar dormido. Menuda semana llevo. Y menos mal que el servicio de vehículos autónomos me avisa con 15 minutos de antelación, porque si no, todavía estaría en los brazos de Morfeo.
Aunque afortunadamente, Mallorca ya no es lo que era. Todavía recuerdo aquellos años en los que circular por la isla era un continuo atasco de tráfico. Y entrar en Palma… Buffff.
También recuerdo el día en el que la primera empresa de vehículos autónomos empezó a operar. Al principio todo fueron miedos, reticencias y protestas. Pero con el paso del tiempo la cosa cambió. Palma es ahora una ciudad totalmente distinta en la que el peatón, el ciclista y el vehículo autónomo conviven en armonía.
Los coches en atasco permanente han dado paso a vehículos capaces de optimizar sus trayectos para recoger a más personas y dejarlas a cada una en su destino. Y todo gracias a una conexión a internet móvil que hace que todos los vehículos estén interconectados. Como una gran red neuronal. Cada coche sabe cuál es el trayecto, destino y recorrido de todos los demás vehículos. Y así es como se consiguió descongestionar no solo la ciudad, sino también toda la isla.
Y nunca te falta un coche en la puerta de casa para ir a donde lo necesites. Posiblemente los vehículos autónomos hicieron más por esta isla que ninguna otra tecnología. Desde el momento en el que descubrimos que no necesitábamos un coche por habitante, coche que, por cierto, estaba el 90% del día parado, nos dimos cuenta de que lo más inteligente era un vehículo autónomo. Un vehículo capaz de estar en permanente movimiento, en servicio continuo, las 24 horas del día si es necesario. Un vehículo sin conductor.
Ellos se conducen solos, sin ningún tipo de interacción humana, y cuando han terminado el día, se van a las afueras de la ciudad a recargarse durante la noche para estar al 100% a la mañana siguiente. Con el vehículo autónomo y de un plumazo, la ciudad empezó a respirar, las avenidas dejaron de ser necesarias y dieron lugar a grandes paseos, arboledas y carriles bici.
La gente se volvió más amable, sabiendo que nunca más llegaría tarde a ninguna parte por culpa de un atasco. Y los malos humos del tráfico –y de los conductores– se convirtieron en unos buenos y amables días. Todos los días.
¡Y qué decir de la arquitectura de la ciudad! Ahora es un placer pasear por anchas aceras, nuevos parques y plazas que antes eran pasto de los vehículos. Y es que, durante décadas, el coche fagocitó todo lo que se construía.
Ahora solo tengo que sacar el móvil, abrir la app de mi servicio de transporte y en unos pocos minutos tengo mi vehículo en la puerta de casa para ir a donde quiera. Fácil, limpio y con una cuota mensual más que asequible.
¿Cómo podíamos vivir antes rodeados de coches, motos y camiones por doquier?
Todavía recuerdo aquel lejano 2024 cuando, en una revista llamada Mallorca Global Mag, leí una especie de artículo de ciencia ficción en el que hablaban de todo esto. Y lo cierto es que no andaban muy mal encaminados, la verdad. Tan solo se quedaron un poco cortos: el vehículo autónomo nos trajo mucha más felicidad de la que contaban en aquel reportaje.
En fin, a ver si espabilo, que tengo el coche esperando y todavía llegaré tarde. Y ahora ya no le puedo echar la culpa al tráfico…
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