El mercado del arte fluye con alegría en Mallorca. Las galerías y los coleccionistas han resurgido de los confinamientos con fuerza. Unas se expanden y otras aterrizan por primera vez. Y la cosa no acaba aquí: se esperan nuevas aperturas de espacios expositivos, a la vez que transitan el mundo online como peces en el agua, en una relación físico-virtual perfectamente compatible… y altamente rentable.
Aunque nadie quiere poner cifras al volumen económico que genera el mercado del arte en Balears, una breve exploración de Mallorca Caprice lo podría situar alrededor de los 60-80 millones de euros, con posiciones muy dispares entre los numerosos operadores de un mercado totalmente globalizado.
Mallorca Caprice ha querido recrear la eclosión artística de las islas hablando con cuatro sólidos galeristas. Todos inciden en el marchamo de Balears como tierra de promisión a nivel internacional: seguridad, infraestructuras, situación estratégica, comunicaciones, dimensión humana, clima, etc. Aspectos que han multiplicado su valor tras la expansión de la COVID.
“Además de esos tópicos, que siguen presentes, está la facilidad de abrir negocios aquí y el desarrollo urbanístico. El turismo residencial tiene un poder adquisitivo por encima de la media, lo que se traduce en expansión urbanística -explica Frederic Pinya, propietario en segunda generación de la emblemática y decana galería Pelaires y presidente de Art Palma-. Hay que contar también con que el mundo ha experimentado un cambio destacable: el dinero ha pasado de unas manos a otras, dinero nuevo, y es gente que aterriza en Mallorca”.
Por su parte, Gerhardt Braun, uno de los más expansivos operadores de espacios artísticos de Balears, ejemplifica: “Balears es el Miami de Europa. No hay otro sitio así en el mundo. Y con la COVID la gente sabe que puede vivir aquí y tener la empresa en Estocolmo. Hay quienes tienen varias casas, una aquí, otra en Zurich, en Hamburgo, etc., y a veces compran aquí para todas ellas”.
“Hay mucho europeo con segundas residencias en Mallorca -remata Pinya- que busca agrandar esa colección, pero, en paralelo, está el de primera residencia, que tiene su colección importante y Óscar Florit, galerista de la L21, una de las más activas de la isla, apunta: “Si ahora estamos viviendo momentos importantes, creo que en el contexto galerístico vendrán mejores. Se dan las condiciones idóneas para que coleccionistas internacionales vengan a visitar tu proyecto”.
María Baró, fundadora de la conocida Galería Baró, con sede también en Sao Paulo y Lisboa, incorpora al relato insular “la tradición artística de Mallorca y la vida contemplativa de las segundas residencias y los turistas, algo magnífico para las galerías que aportamos oferta cultural a sus estancias”. Según la galerista, Mallorca es “un punto estratégico que conecta Europa con Latinoamérica”, una de las razones de su apertura en la isla al ser una galería nacida en Brasil.
Surfeando el gran mercado global Florit es un experimentado operador online: “Estoy continuamente buscando artistas nuevos con los que trabajar, por internet y diversas plataformas. Al final hemos generado una especie de nicho donde hay artistas jóvenes que nos escriben. Vendemos mucho en EEUU y Asia, además de Europa, a través de varios canales, redes sociales, web, experiencia en ferias y otros”.
“Hoy es el artista el que tiene el poder -sentencia el propietario de la L21- cuando antes lo tenían los coleccionistas. No digo que lo hayan perdido, pero ya no es igual. Aunque no hablo de todos los artistas, eso sucede porque hoy hay mucha más demanda que oferta y ellos deciden a quién y cuándo. Pero somos un país que eso no lo entiende todavía.
El coleccionista cree que tiene el poder de cuándo y cómo compro, pero ya no es así, cosa que se agradece porque es el artista el que tiene que ser el importante de esta historia. Son los artistas los que se benefician de esta eclosión. Trabajo con artistas muy jóvenes que pasan de cero a cien en un año y ellos manejan los hilos, deciden con quién trabajan, a quién venden y a quién no. Vivimos un cambio de rol en la escena artística”.
Para Pinya, “el mercado del arte en la globalización tiene posibilidades infinitas, aunque hay que tener mucha materia prima para ir refrescando. ¿Cómo lo haces con artistas que no quieren quemarse, que además trabajan con otras galerías que también están en Artsy [un marketplace del arte]. Es complejo. Hay que medir mucho para no saturar el mercado. Hay artistas muy jóvenes que ya tienen lista de espera. Y si te metes en el mercado asiático, en una mañana puedes vender cien piezas.
No tenemos una dimensión física, del cuadro, el transportista, el observador que viene… Un porcentaje muy elevado compra online”. “Es muy difícil establecer un marco geográfico -continúa el galerista de Pelaires-. Hace meses hicimos operaciones en Perú, Nueva York, Hong Kong y Filadelfia. Es brutal. Aun así -reflexiona- soy un defensor del enfrentamiento físico. No tiene nada que ver que te enseñen una foto de una obra desde todos los prismas a llegar aquí, a la galería, ver la obra y decir Uau, algo se te ha movido dentro”.
Por su parte, Braun no es “fan de internet”. Quiere ver la obra. “Estamos en la milla de oro de Palma -como a veces decís los periodistas- y la gente viene a las galerías. Internet no tiene el mismo feeling como cuando una pareja entra, se acerca a un cuadro, lo miran varias veces y se enamoran de él. El arte necesita emoción y cultura. Puedo mirar por internet, pero nunca cogeré una obra si no la veo”.
Sara Arjona, directora de Baró, afirma que “el mercado online aporta grandes ventajas a la hora de enlazar vínculos internacionales. Igualmente, la galería necesita un espacio físico donde albergar las obras. Podemos facilitar los medios y las herramientas de promoción, pero la experiencia de ‘vivir’ una obra de arte nunca se podrá cambiar”. Desde el primer momento Baró ha apostado por lo contemporáneo, apoyando nuevos medios como el arte NFT [obra digital certificada]. Para esta sala, las ventas online también “son habituales”.
¿Arte o decoración?
La presencia de obras de arte entre objetos decorativos de diseño, o viceversa, es cada vez mayor. Un viejo debate que levanta discrepancias. Gerhardt Braun, cuyas galerías combinan ambos conceptos, es concluyente: “Lo que para unos es arte para otros no. Lo que yo digo es que el arte es bueno si llena un espacio grande, si no, el espacio se come a la obra“. Por su parte, Florit remacha: “No hablar de decoración sería naíf, sería una tontería porque al final las piezas deben convivir en el espacio con las personas, por tanto deben tener cierta estética agradable. No se puede obviar esto”. Enno Scholma, cofundador de la Baró, discrepa: “El objetivo de la decoración es meramente estético y el arte nos eleva a otra dimensión, es más sutil. El arte no solo procura la parte estética sino también existencial, de conexión con lo espiritual”. Y Frederic Pinya cierra en la misma línea: “El arte te produce un sentimiento, a lo otro se responde con un “me gusta”. La gente dice que es pop-art, pero no creo que tenga nada que ver con eso. Hay que separar el arte de la decoración. La gran labor de un galerista es conseguir que casen el buen arte y el mercado”.
Texto: J.E. Iglesias. Palma
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