Eduardo JordáEl otro día reparé en una tienda de reparación de calzado. Estaba en una bocacalle muy poco transitada, cerca de un restaurante chino, en un barrio donde apenas se ven niños ni gente joven. Hoy en día, encontrarse con una tienda de reparación de calzado es un hecho muy poco frecuente. Zapaterías, sí, por supuesto, pero ¿tiendas de reparación de calzado? Si lo pensamos bien, ver una cosa así resulta mucho más exótica y sorprendente que el mismo Taj Mahal (suponiendo que la nube de contaminación que flota sobre Agra nos permita verlo). Como es natural, saqué el móvil y le hice una foto. El local, pequeñito, se llamaba “El Abuelo”. Transcribo el rótulo que tenía sobre el portal: “Reparación de calzado. Copias de llaves. Se afilan cuchillos y tijeras. Colocación de cremalleras en todo tipo de prendas. Cremas. Cepillos. Plantillas. Cordones. Etc”.

Aquel día, yo había quedado con unos amigos en el restaurante chino, y enseguida fui corriendo a buscarlos para que nos hiciéramos un selfie frente al cercano local de “El Abuelo”. La gente vulgar se hace selfies en el puente de Brooklyn o en la Gran Muralla China, pero los “connoisseurs” de verdad se hacen fotos frente a los escasísimos talleres de reparación de calzado que quedan en pie. ¿Dónde se puede encontrar un local que afile no sólo cuchillos, sino también tijeras? ¿Han oído bien, tijeras? ¿Y quién coloca aún cremalleras en las faldas y en los pantalones? ¿Y qué me dicen de ese portentoso “etc” que sigue a la enumeración de cremas, cepillos, cordones y plantillas? ¿A qué cosas se referirá? ¿Suelas y medias suelas? ¿Colas sintéticas? ¿Hebillas? ¿Crampones? ¿Tablas descalzabotas? ¿Vertiginosos tacones de aguja para fiestas de Nochevieja? No me digan que no es un misterio mucho más excitante que el 95% de la programación de Netflix y Amazon Prime.

Quien haya visto trabajar a un zapatero sabe que hay que tener mucha maña para hacer lo que hace

Ese taller, recordémoslo, se llama “El Abuelo”, y uno se pregunta cuánto tiempo va a sobrevivir. No mucho, sin duda. Porque es difícil imaginar que alguien vaya a mantener el negocio cuando se jubilen sus dueños actuales. ¿Qué hijo o nieto (o hija o nieta) sueña con heredar un taller de reparación de calzado? ¿Quién quiere ser zapatero remendón? Mi padre, que era cirujano, me decía que un buen carnicero necesita poseer una habilidad manual muy parecida a la de un buen cirujano. Y lo mismo -estoy seguro- puede decirse de un zapatero o de un ferretero o cerrajero o ebanista. Son oficios que requieren una gran destreza manual pero que no son especialmente rentables ni suelen estar bien valorados. Y aun así, cualquiera que haya visto trabajar a un zapatero sabe que hay que tener mucha maña -aparte de oficio- para hacer lo que hace. No, no es fácil ser zapatero. Así que recuérdenlo: un taller de reparación de calzado, en esta sociedad donde todo se usa y se tira y se desprecia, es algo tan bello, o incluso mucho más bello, que el mismísimo Taj Mahal.

 

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