Percibimos una civilización en crisis frente al cambio climático antropogénico (generado por la actividad humana). En Europa, incluso más que en otras regiones del mundo desarrollado, nos hemos dado cuenta de que, por primera vez en 200.000 años de historia de la humanidad, estamos gravemente desincronizados con la naturaleza y la salud del planeta. En la Tierra ya hemos superado los límites en la explotación de los recursos y sabemos que la existencia sostenida de los humanos y de otras especies está seriamente amenazada. El reto es enorme y, no por fantasía en la Unión Europea (UE) ya lo estamos afrontando con el denominado Pacto Verde (Green Deal), con una hoja de ruta que se acompaña de inversiones extraordinarias (incluido un 30% de next generation) que han de permitir transformar la UE en una economía competitiva y eficiente en la que el progreso y el bienestar transcurran disociados del uso de recursos naturales, para que en 2050 cesen las emisiones antropogénicas netas de gases de efecto invernadero (GEI), la contaminación sea imperceptible, y se descanse en los valores de ‘one health’ o salud global (humana, animal y medioambiental). Un empeño, en el que los cambios en alimentación juegan un papel esencial.

La estrategia alimentaria F2F (from Farm to Fork; de la granja a la mesa) está en el centro del Pacto Verde Europeo. El sector genera un tercio de las emisiones de GEI, consume grandes cantidades de recursos naturales, causa pérdida de biodiversidad e impactos negativos en la salud y, sin embargo, no permite rendimientos económicos y medios de vida justos para quienes, con ya una edad promedio elevada de 57 años, se dedican al sector primario. El objetivo es encaminar nuestros sistemas alimentarios en la senda de actividad y progreso sostenibles, generadora de nuevas oportunidades. Conjuntamente, el sector agroalimentario presenta, quizás solo por detrás de la inteligencia artificial, un futuro optimista. Los avances científicos y nuevas tecnologías, junto a una mayor conciencia social y mayor demanda de alimentos sostenibles y saludables, beneficiarán a todos.

No debemos dejar que se cuelen soflamas negacionistas y mensajes engañosos, en este río recientemente revuelto por las movilizaciones agrícolas, con muchos tractores ocupando las calles de Europa, incluyendo las de nuestras islas. Se deben solucionar las reivindicaciones agrícolas, legítimas y razonables, frente a algunos de los cambios que inquietan por mor de escasez de complicidades y diálogos, pero que se hayan rectificado ciertas condiciones “verdes” (posponer un año la reducción del 50% de pesticidas y medidas de regeneración de suelos agrícolas) de la Política Agraria Común (PAC) para los agricultores y ganaderos que reciben ayudas directas, no debiera trasladar un mensaje equívoco de vía libre a dar la espalda a la agenda europea. Sería engañar a todos. Al revés, conviene tener muy presente la estrategia F2F, incluida la inmediata agenda 2030. A menudo recordamos que, al margen del calentamiento global, hace mucho frío fuera de una UE bien acondicionada y que puede dedicar a la PAC más de un tercio de su presupuesto, mayoritariamente enfocado a una agricultura sostenible, incluyendo las acciones contra el cambio climático, protección medioambiental, paisaje y biodiversidad y los aspectos rurales y sociales, incluyendo la protección de la calidad de los alimentos y la salud.

Con ya más de 8.000 millones de personas en el mundo, y serán 10.000 millones en 2050, la pregunta ¿podremos alimentarnos todos con una dieta saludable dentro de los límites planetarios? merece una respuesta afirmativa. Y sí, lo es, aunque también es un sí a numerosos cambios agroalimentarios y más ciencia y tecnología. Nada será posible sin mejorar la producción de alimentos, reducir su desperdicio, modificar las prioridades productivas y adaptar los hábitos alimentarios, incluyendo la incorporación de nuevos alimentos. Debe mejorar la eficiencia y uso de fertilizantes, pesticidas y otros fitosanitarios y el uso del suelo, potenciar la agricultura regenerativa y, en general, las opciones ecológicas u orgánicas. También son significativas las acciones previstas sobre los programas de enseñanza en la UE, porque ilustran la profundidad del cambio. Todo está ya rodando, a pesar de cierto negacionismo. En 2030, es decir, a la vuelta de la esquina, las emisiones ya deberán haberse reducido a menos de la mitad de las generadas en 1990. Lo veremos.

La producción sostenible y saludable de alimentos se acompañará de cambios en tecnologías, seguridad y calidad alimentaria, digitalización e inteligencia artificial, desarrollo de fuentes alternativas de alimentos, proteínas y otros nutrientes, cambios de tendencias culinarias y diversidad cultural, producción en bioeconomía circular y numerosos otros aspectos para una industria alimentaria abocada a la innovación, la adaptabilidad y un compromiso compartido con la resiliencia del sistema alimentario global. De entre los múltiples aspectos, destacaré dos, la promoción y control de nuevos alimentos adaptados a un cambio climático que, en cierto grado es ya irreversible y los nuevos desarrollos biotecnológicos (como los que han permitido frenar la reciente pandemia), destacando la tecnología de ‘edición genética’ mediante sistemas CRISPR/CAS-9 y derivados, que permiten modificaciones genéticas dirigidas y precisas como las que se pueden dar espontáneamente (aunque con mucha menor frecuencia) en la naturaleza.