Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967), autor del reconocido Proyecto Nocilla, vino a trabajar a Mallorca como físico, en excedencia desde hace 13 años, y ha forjado una carrera de 30 como escritor. Con lectores en todo el mundo, se considera poeta “ante todo”: “Cuando Newton se planteó por qué la manzana cae y la luna no, esa es una pregunta claramente poética”.
Texto: Antonia Gil. Palma | Fotos: Piter Castillo.
– ¿Qué cuenta La forma de la multitud, I Premio de Ensayo Eugenio Trías?
– Es una obra que intenta explicar por qué los humanos siempre estamos intercambiando materiales y símbolos con nuestro entorno y producimos cosas que antes no existían. Por qué hemos creado el lenguaje para intentar hacer metáforas y con eso hacer arte, ciencia, etc. En otra parte menos filosófica, hablo de cómo los datos que vertemos en las redes e internet van conformando unos dobles de nosotros mismos y estos dobles que no somos nosotros -pero a efectos prácticos funcionan como si lo fueran- están haciendo transacciones de toda clase, o publicidad, sin que seamos conscientes. El mercado de ahí extrae unos réditos. Es lo que yo llamo nuestra identidad estadística, el big data.
– ¿Cómo nace este ensayo?
– En mi anterior obra, El libro de todos, los amores, ya empecé a pensar en el amor o el amigo estadístico. Cuando damos un like en una plataforma, eso es una metáfora. Te enamoras de un avatar, que es la suma estadística de unos datos que alguien ha vertido, pero no es la persona. No digo que sea irreal pero no es de la misma naturaleza que el que podemos tener en las personas físicas. El error está en confundir el uno con el otro, la metáfora con la realidad.
– ¿Qué es el emocapitalismo?
– El capitalismo se ha colado también en nuestro tiempo libre. Cuando tenemos vacaciones, trabajamos para otros. El emocapitalismo alimenta la emoción que tienes por poner likes y por que te los pongan. Pero eso es para producir dinero en algún lugar.
– ¿En qué trabaja ahora?
– En la idea que tengo desde siempre, llevo 30 años pensando en ella. Existe un gap, un agujero infinito entre lo que pensamos y lo que experimentamos y toda la vida se nos va en ello. Creamos arte, ciencia, revistas, todo, para intentar llenar ese agujero que no podemos llenar y lo que nos hace humanos es ese agujero precisamente.
– ¿Qué hay de Mallorca en su obra?
– En el Mediterráneo vi que había una vibración cultural muy nerviosa y violenta: eso empezó a influir mucho en cómo yo escribía con ese magnetismo casi homérico, un mar de leyenda, mítico. En Mallorca hay un poso cultural muy rico de todo el siglo XX, una singularidad de la que no somos conscientes y que no se explota. La isla me ha influido como un paisaje cultural. Pero yo no interacciono casi nada con el mundo literario aquí, más con el de las artes plásticas. A Cristóbal Serra -que es nuestro Borges- aquí nadie le hace caso. En la literatura en Mallorca las cosas son más difíciles. Hay muchos escritores, como José Carlos Llop, pero Baleares es un lugar que por algún motivo produce más artes plásticas que literatura en general.
– ¿Qué huella quiere dejar?
– Aspiro a lo que aspira cualquier persona que crea, que es a ser siempre moderno. No un clásico, un moderno. Cervantes, Heráclito, David Bowie son modernos porque a cada generación le comunican algo diferente.
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