Varios son los torrentes que surcan el término municipal de Palma. El torrente de la Riera es uno de los más importantes. Nace en Puigpunyent y tiene un recorrido de unos veinticuatro kilómetros. Su cauce principal se nutre de múltiples afluentes que, sumados todos ellos, describen una cuenca de ciento cuarenta y tres kilómetros de longitud. A causa de su morfología, durante las precipitaciones intensas, el torrente, en poco tiempo, recoge grandes cantidades de agua lo que provoca que la corriente baje con mucha fuerza.
Antiguamente, la Riera desembocaba en un barranco escarpado en su ribera este, en cambio, la oeste era poco accidentada, más bien plana. Cuando los romanos fundaron la ciudad de Palma tuvieron la precaución de asentarse en la parte elevada de ese barranco, a salvo de posibles desbordamientos e inundaciones. Pero cuando la ciudad pasó a denominarse Madina Mayurqa, en época musulmana, esta se fue expandiendo considerablemente, y así ocupó la otra ribera, la que era más llana. De esta manera se configuró una ciudad con una zona alta y una baja, y el cauce del torrente se convirtió en la frontera entre ambas, con una red de puentes que las comunicaba. En el siglo XI, cuando los musulmanes decidieron construir una nueva muralla que abarcase toda Madina Mayurqa, el último tramo de la Riera quedó en el interior del recinto. Esta penetraba en la muralla a través de un arco. La clave que cerraba ese arco tenía una inscripción árabe la cual, en tiempos de Pedro de Alcántara Peña, se conservaba incrustada en uno de los muros del zaguán del Ayuntamiento de Palma.
1403 fue el año de la gran calamidad, el año de lo diluvi, así lo denominan los documentos de la época
El torrente debió de provocar inundaciones importantes a lo largo de los siglos posteriores. De hecho, cuando Madina Mayurqa ya se hubo convertido en la Ciudad de Mallorca, en 1303, el rey de Mallorca, Jaime II, encargó al gobernador Dalmau de Garriga un proyecto para desviar su curso con la intención de evitar que entrase en la ciudad y prevenir así inundaciones. Sin conocer las causas, el proyecto del rey no se pudo llevar a cabo. Nadie sospechó en aquellos momentos que, justo cien años después, tendría lugar en Palma una catástrofe de dimensiones inimaginables.
1403 fue el año de la gran calamidad, el año de lo diluvi, así lo denominan los documentos de la época. El viernes día 12 de octubre empezó a llover durante todo el día, sin parar, y lo hizo con fuerza —grandes aguas tuvieron lugar, dejó escrito el notario Mateu Salzet, testigo ocular de aquel diluvio—. Continuó lloviendo toda la noche y todo el sábado, hasta llegar a la madrugada del domingo. Durante estos dos días la corriente de agua, desde Puigpunyent, bajaba por la Riera con una fuerza inusitada. El agua, al llegar a la ciudad, pasaba por debajo del arco practicado en la muralla, el cual se encontraba, desde hacía meses, obstruido por unos palos de madera que habían colocado los compradores de la sisa del vino y de la molienda, con la intención de evitar el contrabando de vino y harina. Este hecho facilitó que el hueco bajo el arco se taponase rápidamente por un amasijo de ramas, árboles y barro que arrastraba violentamente la corriente.
Además, la muralla, en este punto, debido a la forma de cazoleta que describía la vaguada del torrente, seguía una traza semicircular, configurándose como un anfiteatro en su cara exterior, por lo que un descomunal volumen de agua se fue depositando allí. De esta forma fue creciendo un improvisado lago que no tardó en derramarse hacia las tapias de los numerosos huertos extramuros que allí había y las fue derribando, aportando así más fango al amasijo enfurecido que golpeaba sin cesar los muros de la ciudad. El nivel del agua allí acumulada no tardó mucho en alcanzar el coronamiento de las murallas llegando incluso a superarlas en más de tres metros. Los altos muros de la antigua Madina Mayurqa aguantaron dos días, pero a las cinco de la mañana del domingo, cedieron, colapsaron y fueron arrasados por una poderosa y enfurecida ola que destruyó todo lo que se encontró a su paso, hasta aliviarse en el ancho mar.
Es muy difícil tener una visión certera del volumen de agua que entró en la ciudad. En la plaza del Mercado, el nivel del agua llegó a cubrir casi ocho metros de altura, y más de tres metros en la parte superior de la calle Santacilia. La mayoría de las casas y huertos que flanqueaban el torrente, al estar construidas con muros de tapia desde sus cimientos, colapsaron una tras otra. La catástrofe tomó un cariz dantesco, apocalíptico. Más de cinco mil muertos, mil quinientos edificios simplemente desaparecieron y otros quinientos tuvieron que ser apuntalados. La bahía de Palma se convirtió en un escenario de muerte y desolación. El agua se tornó marrón y en ella flotaban muebles y cadáveres. Como soplaba el viento de levante, los cuerpos fueron arrastrados hasta Illetas. Allí se enterraron a muchos de ellos. En 1406 fueron exhumados la mayoría de ellos y trasladados a la Catedral, donde recibieron la sepultura definitiva, y ese mismo año se pintaron dos retablos en recuerdo de todas las víctimas.
Deja tu comentario