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Es Fortí de Cala d’Or.

Cala d’Or es mucho más que un destino vacacional. Es un testimonio vivo de cómo la visión de futuro, la sensibilidad artística y el amor por la tierra pueden dar lugar a un modelo turístico diferente, arraigado en la historia y la cultura de la isla. En cada rincón de Cala d’Or se puede sentir la huella de sus fundadores, recordando que, aunque esté en Mallorca, su esencia siempre será la de Eivissa.

El sueño de Cala d’Or, núcleo urbano perteneciente al municipio de Santanyí, comenzó con Josep Costa Ferrer, un ibicenco de nacimiento y visionario por naturaleza. Dibujante, caricaturista y fundador de galerías en Palma, Costa vio en los terrenos vírgenes de Cala d’Or una oportunidad para crear algo especial. En 1933, inició el proceso de urbanización con la idea de establecer una colonia de artistas, inspirándose en el estilo arquitectónico de la vecina Eivissa. Las normas que redactó fueron respetuosas con el entorno natural y el estilo de construcción tuvo como modelo la casa ibicenca.

Así nació Cala d’Or, un rincón que destaca por su singularidad, que ha seguido evolucionando a través de personas como Tomeu Pons Caldentey, quien contribuyó a convertirlo en un lugar cosmopolita y singular. Pons dejó su huella en el paisaje de este privilegiado enclave, colaborando en proyectos que buscaban atraer un turismo de calidad, como el puerto deportivo, el primero de su clase en España construido en un paraje no habitado.

Cala Esmeralda debe su nombre a sus radiantes aguas verdes y azules.

Identidad propia

El puerto natural de Cala Llonga.

A lo largo de las décadas, Cala d’Or ha experimentado un desarrollo turístico notable, convirtiéndose en un punto de referencia en el mapa de Mallorca. Sin embargo, a pesar de su crecimiento, ha mantenido su identidad propia y su encanto único. Las casas blancas, la arquitectura mediterránea y la sensación de libertad que se respira en sus calles evocan inevitablemente la esencia de Eivissa.

Hoy, Cala d’Or es un punto de referencia dentro del mapa turístico mallorquín y regala a quienes lo visitan infinidad de planes de ocio por tierra y mar, una escena gastronómica vibrante y un oasis blanco en el que sentirse libre.