
Es habitual pensar que si alguien es corrupto lo es porque forma parte de su personalidad, porque es un rasgo estable en el espacio y continuado en el tiempo. Pero la ciencia muestra de manera clara que no es así. Numerosos estudios han evidenciado un claro vínculo entre las normas socioculturales y el nivel de corrupción individual.
Quienes se consideran inmunes a la corrupción pueden corromperse con relativa facilidad si el ambiente lo facilita
Aunque por motivos obvios es difícil conocer de manera exacta cómo se distribuye en la sociedad el rasgo de personalidad “corrupción”, los estudios revelan que aproximadamente un 5% de personas siempre se implican y colaboran en prácticas deshonestas, fraudes y engaños. También se sabe que otro 5% bajo ninguna circunstancia abusa del poder o de la autoridad para obtener beneficios de manera ilícita o inmoral. Estos análisis nos dejan un amplio margen, un 90% de personas cuya conducta depende del sistema. Así pues, incluso quienes se consideran inmunes a la corrupción pueden corromperse con relativa facilidad si el ambiente lo facilita y el paso al lado oscuro se acompañaría de un “todo el mundo lo hace”, la creencia de que no existirán consecuencias legales o la convicción de que el sistema está diseñado para facilitar e incluso forzar estas prácticas.
Aunque nuestro protagonista inicialmente buscaría en su nuevo país aliados con valores similares a los suyos, indagaría en maneras de influir positivamente dentro del sistema o intentaría exponer públicamente la corrupción, probablemente terminaría por llevar a cabo determinadas prácticas que no necesariamente implicarían grandes delitos sino en la mayoría de las ocasiones, actos pequeños como favoritismos, elusión de reglas o sobornos. Y la motivación no tendría que ver con la codicia o la ambición sino con la necesidad, la presión o la oportunidad.
La relación entre corrupción y entorno es fundamental para entender cómo el contexto social, político y económico facilita o inhibe comportamientos corruptos y combinar medidas educativas, legales y sociales es clave para reducir el problema. Porque la ciencia parece concluir que en determinadas circunstancias casi todos tenemos un precio.


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