Hace más de un mes que terminaron las elecciones de Estados Unidos y todavía se siguen publicando artículos sobre la victoria de Donald Trump (este, por ejemplo). Una columna aparecida ahora tiene poco de noticia pero lo más curioso es comprobar que, dejando aparte la primera crónica que salió, las restantes no suponían noticia alguna. Quizá porque en las que iban a ser las elecciones más reñidas de toda la Historia el resultado no sorprendió a nadie. La primera premisa del silogismo, la de las incógnitas que existían acerca de quién iba ganar, resultó ser un bulo más.
Podríamos quedarnos en que quienes ganaron de veras fueron los bulos. Entre las fake news que son de lejos el arma favorita de Trump y las meteduras de pata inmensa de las encuestas, eso que conocíamos antes por “verdad” ha pasado a ser materia de fabulación poética. En Europa al menos, a ninguno de nosotros nos contaron las cosas con un mínimo barniz de veracidad. Estados Unidos era otro asunto, por supuesto. Cuando la primera presidencia que ganó Trump, yo estaba en California y me sorprendían las noticias que llegaban desde España acerca de la victoria garantizada de Hillary Clinton. En las calles de cualquier ciudad fuera de Nueva York, Boston, San Francisco o Los Ángeles se palpaba que no era así. Pero, al menos, Clinton ganó en la suma absoluta de votos a Trump y sólo el peculiar mecanismo de las presidenciales estadounidenses dio la Casa Blanca —por los pelos— a este último.
Ahora hemos vivido un episodio electoral muy diferente. Donald Trump recibió casi cuatro millones de votos más que Kamala Harris —¡vaya elecciones reñidas!— y ganó en todos los estados que se suponía que estaban en el aire. La gran duda electoral quedó disuelta desde el primer momento. Pero merece la pena recordarla. Consistía ésta en que, si ganaba Trump, no se sabía qué iba a pasar pero si era Harris la vencedora se sabía que no iba a pasar nada. El Partido Demócrata se ha visto convertido en una especie de fantasma inoperante, atrapado por la cultura woke, la trampa de la corrección política que obliga a no hacer ni decir nada que tenga sentido bajo amenaza de cancelación. Por lo menos, cabe esperar que ese veneno de la corrección a fuerza, capaz de terminar con lo poco que nos queda de la democracia, empiece a declinar.
El mes que viene comenzaremos a saber qué sucede con Trump sentado en el despacho oval. Sus primeras promesas — como la de cerrar la frontera de Méjico— pertenecen al género del trailer que, como se sabe, se cuida muy mucho de decir lo que sucederá en la película. ¿Apoyará Trump al Israel de Netanyahu tanto como lo hizo en su primer mandato? ¿Terminará con la guerra de Ucrania? Si lo hace, ¿será obligando a Putin a moderar sus ansias o satisfaciendo todas ellas? ¿Acabará el nuevo/viejo presidente con la OTAN? ¿Prestará alguna atención a Europa? ¿Y qué pasará con China? ¿Cómo se decantará el pulso por el control, económico al menos, del planeta?
La Historia nos garantiza que las preguntas que nos hacemos ahora tienen muy poco que ver con las respuestas que recibiremos después. Trump, no lo olvidemos, será un pato cojo porque esta es la última legislatura en la que podrá gozar de la presidencia. En realidad estamos hablando de la herencia que dejará. Y por mucho que el triunfo del Partido Republicano haya sido abrumador — aunque sea por incomparecencia de su adversario—, no sabemos lo que será el post-trumpismo en la formación política que se ha hecho con los votos de los más desfavorecidos. Si, como aseguran los expertos, los electores que se decantaban de manera tradicional por el Partido Demócrata, como los latinos, han apoyado a Trump por hastío, hartos de no poder disfrutar nunca del tan cacareado sueño americano, será curioso ver qué sucederá cuando vuelvan a tropezarse con la cruel realidad del fracaso. Porque, hasta ahora, ningún populismo ha logrado cumplir con las promesas que difunde y, desde luego, sería una verdadera sorpresa que Trump hiciese de la sociedad estadounidense algo más equilibrado, justo y centrado.
Como tampoco sabemos cuál va a ser la fórmula elegida por los demócratas para salir de su nada multiplicada por cero, los próximos años se adentran en la ignorancia absoluta. Con la sospecha de que a las verdades amañadas y a las encuestas torpes les queda poco futuro por delante aunque sólo sea porque han llegado a sus respectivos techos. Pero cuál va a ser la nueva herramienta de engaño con la que intenten controlarnos desde lo alto tampoco lo sabemos. La verdadera noticia es que ignoramos todo.
¿Y en Europa? ¿Qué supone para la Unión la victoria de Trump? Como los europeos sabemos muy bien alcanzar la inoperancia por nosotros mismos, sin ayuda de nadie, imagino que tenderemos a contemplar lo que sucede al otro lado del Atlántico como quien asiste a un espectáculo circense. Respecto de lo que pueda afectar la presidencia del marido de Melania a España, mejor correr un velo de silencio. Si Europa no existe a los efectos de la idea del mundo de Trump, España debe sonarle a trova medieval. A lo mejor nos confunde con Méjico — como suele suceder en el gigante americano— y sacamos el premio de consolación de algún insulto. ¿Que podemos ir a peor? Sin duda. Pero para eso nos daba lo mismo que venciera Harris o que ganase Trump.
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